viernes, 26 de agosto de 2011
Bosquejo bibliográfico y perfil espiritual del Siervo de Dios Beato Fray Junipero Serra
Hoy celebramos la memoria del Beato Fray Junipero Serra
viernes, 19 de agosto de 2011
Triste realidad en Argentina
En un principio, la medida es por dos años a la espera de vocaciones sacerdotales. Los fieles presentaron un proyecto en el Concejo Deliberante.
Edición Impresa: viernes, 19 de agosto de 2011jueves, 18 de agosto de 2011
Triste realidad en México
Publicada: 18 agosto 2011
El 1 de agosto de 2001, cuando se erigió la comunidad en parroquia y se dedicó a Santa María Goretti, los franciscanos asumieron la responsabilidad del templo, en el oriente de Mérida.
Desde hace un año sólo fray Alfredo Andalón Aguilar y el diácono franciscano Mario Gabriel Moo Chalé tienen a su cargo la atención de la comunidad, con un censo de 30 mil habitantes en los Vergeles.
El sacerdote confirma que entregarán el templo en unos días, tras recibir la notificación de sus superiores de que, después de 10 años de servicio en la zona, se decidió dejar la comunidad porque no hay personal suficiente para atenderla.
Fray José Rodríguez Carballo, ministro general de la Orden, la máxima autoridad franciscana, ha dicho que si por alguna situación es necesario dejar una casa entonces hay que hacerlo.
Fray Alfredo admite que éste es un fenómeno que se registra en todo el mundo porque ha disminuido el número de hermanos. Por este motivo se tomó la decisión de entregar Santa María Goretti a la Arquidiócesis.
El sacerdote añade que situaciones como éstas ocurren desde hace mucho tiempo y están reportadas en biografías y documentos de la época del fundador, como la "Vida segunda de San Francisco" de Tomás de Celano: "No te inquietes, pues antes bien trabaja por tu salvación, porque, aun cuando el número de la Religión se redujere a tres, la Religión permanecerá por siempre firme, con mi protección".
Fray Alfredo indica que Santa María Goretti es una comunidad activa que se caracteriza por su población juvenil y grupos de seglares franciscanos que no deben desaparecer. "El anhelo que tenemos es que lo poco o lo mucho trasmitido lo sigan cultivando. Me daría tristeza que abandonaran su apostolado", confiesa.- Claudia Sierra Medina.
Santa María Goretti es una comunidad que surgió a mediados de la década de 1990.
Recuento
Hasta antes de la llegada de los franciscanos era atendida por el presbítero Pedro Mena Díaz.
Destinos
Es probable que fray Alfredo Andalón Aguilar sirva en San Judas Tadeo de Chetumal y el diácono Mario Gabriel Moo se traslade a Cancún, ya que para fortalecer la Orden los franciscanos se concentrarán en algunas ciudades.
martes, 16 de agosto de 2011
La imitación de la paciencia de Cristo
SOBRE LAS SIETE PALABRAS
PRONUNCIADAS POR CRISTO EN LA CRUZ
“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis.”
SAN ROBERTO BELARMINO
lunes, 15 de agosto de 2011
La Confianza de San Francisco de Asís en la Santísima Virgen María
SOBRE LAS SIETE PALABRAS
PRONUNCIADAS POR CRISTO EN LA CRUZ
“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis.”
SAN ROBERTO BELARMINO
domingo, 14 de agosto de 2011
PROFECIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
“1. Sean fuertes, mis hermanos, tomen fuerza y crean en el Señor. Se acerca rápidamente el tiempo en el que habrá grandes pruebas y tribulaciones; abundarán perplejidades y disensiones, tanto espirituales como temporales; la caridad de muchos se enfriará, y la malicia de los impíos se incrementará.
“2. Los demonios tendrá un poder inusual; la pureza inmaculada de nuestra Orden y de otras, se oscurecerá en demasía, ya que habrá muy pocos cristianos que obedecerán al verdadero Sumo Pontífice y a la Iglesia Romana con corazones leales y caridad perfecta. En el momento de esta tribulación un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su astucia se esforzará por llevar a muchos al error y a la muerte.
“3. Entonces, los escándalos se multiplicarán, nuestra Orden se dividirá, y muchas otras serán destruidas por completo, porque se aceptará el error en lugar de oponerse a él.
“4. Habrá tal diversidad de opiniones y cismas entre la gente, entre los religiosos y entre el clero, que, si esos días no se acortaren, según las palabras del Evangelio, aun los escogidos serían inducidos a error, si no fuere que serán especialmente guiados, en medio de tan grande confusión, por la inmensa misericordia de Dios.
“5. Entonces, nuestra Regla y nuestra forma de vida serán violentamente combatidas por algunos, y vendrán terribles pruebas sobre nosotros. Los que sean hallados fieles recibirán la corona de la vida, pero ¡ay de aquellos que, confiando únicamente en su Orden, se dejen caer en la tibieza!, porque no serán capaces de soportar las tentaciones permitidas para prueba de los elegidos.
“6. Aquellos que preserven su fervor y se adhieran a la virtud con amor y celo por la verdad, han de sufrir injurias y persecuciones; serán considerados como rebeldes y cismáticos, porque sus perseguidores, empujados por los malos espíritus, dirán que están prestando un gran servicio a Dios mediante la destrucción de hombres tan pestilentes de la faz de la tierra. Pero el Señor ha de ser el refugio de los afligidos, y salvará a todos los que confían en Él. Y para ser como su Cabeza [Cristo], estos, los elegidos, actuarán con esperanza, y por su muerte comprarán para ellos mismos la vida eterna; eligiendo obedecer a Dios antes que a los hombres, ellos no temerán nada, y han de preferir perecer antes que consentir en la falsedad y la perfidia.
“7. Algunos predicadores mantendrán silencio sobre la verdad, y otros la hollarán bajo sus pies y la negarán. La santidad de vida se llevará a cabo en medio de burlas, proferidas incluso por aquellos que la profesarán hacia el exterior, pues en aquellos días Nuestro Señor Jesucristo no les enviará a éstos un verdadero Pastor, sino un destructor.” [1]
Excepto por dividirse el relato en apartados, y añadiendo negrita para ciertos énfasis, la profecía se presenta sin ninguna alteración, tal como figura en las Obras del Seráfico Padre San Francisco de Asís, Washbourne, 1882, páginas 248-250; como lo demuestran las páginas escaneadas adjuntas.
[1] Marcos de Lisboa y otros, piensan que esta profecía se cumplió en el gran cisma que ha desolado a la Iglesia después de la elección de Urbano VI, en el año 1378. Pero también puede en parte referirse a otras calamidades que ha de sufrir la Iglesia en los últimos tiempos.
sábado, 13 de agosto de 2011
¿Cómo deberemos llamar a los que dejan a Dios por los bienes del mundo?
… “¡Cuántos rústicos hay –dice San Agustín– que no saben leer, pero saben amar a Dios y se salvan, y cuántos doctos del mundo se condenan!…”. ¡Oh, cuán sabios fueron un San Pascual, un San Félix, capuchinos; un San Juan de Dios, aunque ignorantes de las ciencias humanas! ¡Cuán sabios todos aquellos que, apartándose del mundo, se encerraron en los claustros o vivieron en desiertos, como un San Benito, un San Francisco de Asís, un San Luis de Tolosa, que renunció al trono! ¡Cuán sabios tantos mártires y vírgenes que renunciaron honores, placeres y riquezas por morir por Cristo!…
Aun los mismos mundanos conocen esta verdad, y alaban y llaman dichoso al que se entrega a Dios y entiende en el negocio de la salvación del alma. En suma: a los que abandonan los bienes del mundo para darse a Dios se les llama hombresdesengañados; pues ¿Cómo deberemos llamar a los que dejan a Dios por los bienes del mundo?… Hombres engañados…
martes, 2 de agosto de 2011
Iglesia de la Porciúncula Y Basílica de Santa María de los Ángeles
"Francisco rodeaba de un amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es saber que la hizo abogada de la Orden, y puso bajo sus alas, para que los nutriera y protegiese hasta el final, a los hijos que estaba a punto de abandonar" (Fr. Tomás de Celano, Vida segunda, 198).
De Rivotorto a la Porciúncula
Entre 1210 y 1211, no pudiendo permanecer más tiempo en Rivotorto, por falta de espacio y de una capilla donde rezar, San Francisco y sus once primeros compañeros consiguieron del abad del monasterio de San Benito del monte Subasio, Don Teobaldo, la pequeña iglesia de Santa María de la Porciúncula, que estaba en ruinas. Los monjes nada pidieron, pero Francisco se comprometió a pagarles con un cestillo de pescado cada año, para dejar bien claro a quién pertenecía el lugar.
Con la iglesia recibieron también el terreno circundante y allí, junto a ella, construyeron una casita pobre y pequeña, de barro y madera, la misma donde morirá el Santo el 4 de octubre de 1226, transformada luego en Capilla del Tránsito.
Por varios testimonios sabemos que la casita estaba dividida en celdas con tabiques de mimbre y barro. Cerca de ella y de la iglesia había un pozo. El bosque adyacente estaba donde, mucho después, se edificó el convento actual. Tal vez fue allí donde montaban los cobertizos de esteras que dieron nombre a los primeros capítulos generales de la Orden. Un simple seto delimitaba el recinto. En la parte trasera, junto al camino, plantaron un huerto, en el lugar que ahora ocupa el famoso Roseto o rosaleda. Junto a él hicieron una celda o choza de ramaje para Francisco. Màs tarde fue transformada en capilla, que hoy se conoce como Capilla de las Rosas o Gruta de San Francisco. Por último, en 1221 se edificó la polémica casa del Comune, cuyos cimientos son ahora visibles en la cripta, debajo del altar mayor de la actual basílica.
Origen de la iglesia de Santa María
Narra una antigua leyenda que la iglesia fue fundada en el año 352, con permiso del papa Liberio, por cuatro ermitaños de Palestina que la dedicaron a Santa María de Josafat, y consagraron el altar en honor de la Virgen de la Asunción. La misma tradición añade que los benedictinos la hicieron más grande en el siglo VI, dándole el nombre de Santa María de los Ángeles.
El lugar de la Porciúncula aparece documentado por primera vez en el año 1045, y la iglesia hacia el 1150. Su estado era de total abandono. Fray Tomás de Celano creía que Francisco la reparó antes de tener compañeros, pero se equivoca, porque la Leyenda de Perusa, después de explicar que la iglesia era muy pobre, que estaba semi-caída de puro vieja, y que la gente de la comarca le había tenido gran devoción; también añade que "cuando los hermanos empezaron a restaurarla" y su fama empezó a difundirse por la región, empezaron de nuevo a frecuentarla y a llamarla por su viejo nombre, diciendo: "Vamos a Santa María de los Ángeles". De hecho, la iglesia no se dedicó de nuevo al culto hasta el 2 de agosto de 1215.
Para la vida en la Porciúncula ver: La regla es el Evangelio.
Iglesia predilecta de San Francisco
Escribe San Buenaventura que fue por el nombre, y por ser frecuentes las visitas angélicas, por lo que el Santo se instaló allí, para vivir "de continuo". Porque, según los Tres Compañeros, Francisco y sus compañeros habían estado ya allí, "algunas veces". Y así debió de ser, pues un cierto fray Morico de Asís, allá por el siglo XIII, contaba que un campesino oyó una noche en la Porciúncula cantos de ángeles y que Francisco, al saberlo, tomó devoción al lugar y empezó a ir allá con sus compañeros los domingos, desde Rivotorto, a veces con velas encendidas.
Era la iglesia más pobre de la comarca. El nombre de Porciúncula se puede traducir por "porcioncilla" o parcela de terreno. Y Francisco, no pudiendo servir al Señor sin un lugar donde vivir, como dice su primer biógrafo, "escogió para sí y los suyos esta pequeña porción del mundo". Explicaba el Santo que el Señor no quiso que les dieran ninguna otra iglesia, ni permitió que los hermanos construyesen o recibieran una nueva, porque esta era como una profecía, que se cumplió con la llegada de los Menores.
Hay muchos testimonios de la predilección de Francisco por el lugar. Aún sabiendo que el reino de Dios se encuentra en todas partes y que el Señor concede sus gracias en cualquier lugar, había experimentado que en la Porciúncula eran más abundantes, y que eran frecuentes las visitas de ángeles. Sus propios compañeros le oyeron decir que sabía, por revelación, que la Virgen la amaba de manera especial entre las demás iglesias dedicadas a ella., y que, por eso, él también la prefería. Y para que los hermanos no lo olvidasen, antes de morir recomendó el lugar a su vicario fray Elías y a todos los hermanos, como el más querido de la Virgen, y quiso que constara en testamento. A sus compañeros les decía muchas veces: "Mirad de no abandonar nunca este lugar. Si os echan por un lado, volved a entrar por otro. Porque este lugar es realmente santo y morada de Dios. Aquí fue donde, siendo aún pocos, nos multiplicó el Altísimo, aquí iluminó el corazón de sus pobres con la luz de su sabiduría, aquí enardeció nuestras voluntades con el fuego de su amor. Quien ore aquí con corazón devoto obtendrá lo que pide y quien profane este lugar será castigado con rigor. Por tanto, hijos, mantened dignamente este lugar donde Dios habita y cantadle a él de corazón, con voces de júbilo y alabanza". También quiso que se conservara siempre en humildad y altísima pobreza, como espejo de la Orden, limitándose al simple uso y dejando la propiedad a otros.
En cuanto a la Virgen Madre de Jesús, ésta aparece con frecuencia en los escritos del Santo como Madre del Verbo Encarnado, Mujer "pobrecilla" y Discípula, que comparte con Cristo su peregrinar y pobreza.
La Basílica de Santa María de los Ángeles
La celebre Indulgencia de la Porciúncula que Francisco consiguió para la iglesia de Santa María en julio de 1216, atraía año tras año a decenas de miles de peregrinos, obligando a la apertura de tiendas y alojamientos. Ese es el origen de Santa María de los Ángeles, la pedanía más poblada de Asís, que se extiende en la llanura, a tres quilómetros de la ciudad, alrededor de la Basílica del mismo nombre.
La pequeña capilla de la Porciúncula se encuentra ahora bajo la cúpula la Basílica de Santa María de los Ángeles. En 1569, a fin de protegerla mejor, se derribaron las construcciones añadidas en los siglos anteriores y se empezó a edificar la gran Basílica, proyectada por Galeazzo Alessi. Todo ello se hizo en medio de desacuerdos y polémicas, pues algunos frailes no aceptaban la grandiosidad del proyecto ni la eliminación de los primitivos edificios. Las obras se terminaron en 1679. Un devastador terremoto en 1832 derrumbó la nave central y entre 1924 y 1930 se añadió la monumental fachada actual, rematada con una gigantesca estatua dorada de la Virgen de los Ángeles. La gran plaza que tiene delante es del año 1950.
Con sus 126 metros de longitud y los 75 de altura de la cúpula, la Basílica es uno de los mayores templos de la cristiandad. La nave principal y el presbiterio son de una austera sencillez, pero las grandes capillas laterales, costeadas por familias ricas de Asís, llaman la atención por su abundante decoración barroca. Lo que más atrae la atención, sin embargo, es la pequeña iglesia de la Porciúncula en medio del crucero, bajo la alta y luminosa cúpula, con sus puertas siempre abiertas para el recogimiento y la oración. En el interior hay restos de frescos posteriores a San Francisco, y una tabla o políptico pintada por Hilario de Viterbo en 1393, con la escena de la Anunciación y otras relativas a la Indulgencia. Un fresco del siglo XIX en la fachada representa la leyenda de las rosas.
Detrás de la Porciúncula, a la derecha, está la capilla del Tránsito, donde murió San Francisco el 3 de octubre de 1226. En las paredes del interior están representados sus primeros compañeros, y él mismo, reproducido en terracota por Andrea de la Robbia, Una leyenda de mal gusto asegura que allí están enterrados "el corazón y las entrañas" del Santo. Aparte de que nunca los han encontrado, hay que recordar que ya en el siglo XIII las autoridades asisanas salieron al paso de quienes aseguraban tener reliquias suyas, declarando que el cuerpo de San Francisco se conservaba "íntegro" en Asís, en lugar bien seguro, es decir, en la Basílica de San Francisco.
Recientes excavaciones bajo el ábside sacaron a la luz la casa construida por elComune para el capítulo general de 1221, que no agradó al Santo. El lugar es ahora una cripta o capilla, presidida por un políptico de terracota de Andrea de la Robbia.
Otra leyenda sin fundamento es la de las rosas sin espinas que crecen en el "Roseto", la rosaleda que fue huerto en tiempos de San Francisco. Tal creencia se basa en una leyenda del siglo XIV sobre la Indulgencia, llena de errores y de fenómenos prodigiosos, que nada tienen que ver con la historia verdadera (ver Indulgencia de la Porciúncula). Al final del claustro está la Capilla de las Rosas, edificada sobre el lugar donde estuvo la celda de San Francisco. Desde aquí se puede visitar el antiguo convento observante, la Biblioteca y el museo del santuario, con algunas cosas interesantes, como el crucifijo de Giunta Pisano, un retrato de San Francisco de Cimabúe y otro del maestro de San Francisco.
Ver Galería de fotos de Asís
Fuente: http://www.fratefrancesco.org/
LA INDULGENCIA DE LAS ROSAS por Emilia Pardo Bazán
Una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salud de las almas, rogando con eficacia por los pecadores. Apareciósele un celeste mensajero, y le ordenó bajar del monte a su iglesia predilecta, Santa María de los Angeles. Al llegar a ella, entre claridades vivísimas y resplandecientes, vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de beatos espíritus que les asistían. Confuso y atónito, oyó la voz de Jesús, que le decía:
-- Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide.
Francisco pidió una indulgencia latísima y plenaria, que se ganase con sólo entrar confesado y contrito en aquella milagrosa capilla de los Ángeles.
-- Mucho pides, Francisco -respondió la voz divina-; pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia.
A la puerta esperaban los compañeros de Francisco, sin pasar adelante por temer a los extraños resplandores y las voces nunca oídas. Al salir Francisco le rodearon, y les refirió la visión; al rayar el alba, tomó el camino de Perusa, llevando consigo al cortés y afable Maseo de Marignano. A la sazón estaba en Perusa Honorio III, el propagador del Cristianismo por las regiones septentrionales, que debía unir su nombre a la aprobación de la regla de la insigne Orden dominicana.
-- Padre Santo -dijo el de Asís al antes Cardenal Cencio-, en honor de María Virgen he reparado hace poco una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia, sin gravamen de limosnas.
-- No es costumbre obrar así -contestó sorprendido Honorio-; pero dime cuántos años e indulgencias pides.
-- Padre Santo -replicó Francisco-, lo que pido no son años, sino almas; almas que se laven y regeneren en las ondas de la indulgencia, como en otro Jordán.
-- No puede conceder esto la Iglesia romana -objetó el Papa.
-- Señor -replicó Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega.
En esta frase hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir tres veces:
-- Me place, me place, me place otorgar lo que deseas.
Intervinieron los Cardenales allí presentes, exclamando:
-- Considerad, señor, que al conceder tal indulgencia, anuláis las de Ultramar y menoscabáis la de los apóstoles Pedro y Pablo. ¿Quién querrá tomar la cruz para conseguir en Palestina, a costa de trabajos y peligros, lo que pueda en Asís obtener descansadamente?
-- Concedida está la indulgencia -contestó el Papa-, y no he de volverme atrás; pero regularé su goce.
Y llamó a Francisco:
-- Otorgo, pues -le dijo-, que cuantos entren contritos y confesados en Santa María de los Ángeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el espacio de un día natural, desde las primeras vísperas, inclusa la noche, hasta el toque de vísperas de la jornada siguiente.
Oídas las últimas palabras de Honorio, bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara.
-- ¿Adónde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-. ¿Qué garantía o documento te llevas de la indulgencia?
-- Bástame -respondió el penitente- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestará en ella. No he menester más instrumento; sirva de escritura la Virgen, sea Cristo el notario y testigos los ángeles.
Con esto se volvió de Perusa a Asís. Llegando al ameno valle que llaman del Collado, en Collestrada, sintió impulsos de afecto, y se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lágrimas; al volver de aquel estado de plenitud, de gozo y de reconocimiento, llamó a Maseo a voces:
-- ¡Maseo, hermano! -exclamó-. De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontífice está confirmada en los cielos.
No obstante, corría el tiempo sin que Honorio, ocupado en atender a las Cruzadas, a la lucha con los maniqueos y a la pacificación de Italia, formalizase los despachos autorizando la proclamación de la otorgada indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En mitad de una fría noche de enero se encontraba abismado en rezos y contemplaciones. Impensadamente le asaltó una sugestión violentísima; pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando, macerándose y extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento y prosperidad de su Orden. Discurrió que tanta penitencia pararía en enflaquecer y enajenar su razón, tocando en las lindes del suicidio, y le entró congoja. Para desechar esta tentación, nacida quizás del propio cansancio y debilidad de su cuerpo, se levantó, se desnudó el hábito, corrió desde su celda al obscuro monte, y no pareciéndole mortificación bastante el frío cruel, se arrojó sobre una zarza, revolcándose en ella. Manaba sangre de su desgarrada piel, y se cubría el zarzal de blancas y purpúreas rosas, fragantes, turgentes, frescas, como las de mayo. Exhalaba suave aroma la mata recién florida, y las hojas verdes, salpicadas con la sangre del Santo, se tachonaban de pintas bermejas o gotas de carmín. Una zona de blanca y fulgurosa luz radió disipando las tinieblas, y Francisco se encontró rodeado de innumerables ángeles:
-- Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre -cantaban a coro sus inefables voces.
Francisco se levantó transportado y caminó entre un ambiente luminoso. En torno suyo revoloteaban como mariposas de fuego los serafines, y esplendían, cual luciérnagas magníficas, las aladas cabezas de los querubines; el monte se abrasaba todo sin consumirse en aquel sobrenatural foco de luz; resonaban acordes de deliciosa melodía; el suelo estaba cubierto de ricas alfombras y tapices de flores, sedas y oro; sobre su propio cuerpo veía Francisco una veste cándida, transparente como el cristal, relumbradora como los astros. Cogió Francisco de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, entrando en la capilla. También deslumbraba el humilde recinto. Le bañaban ríos de claridad semejantes a oro líquido; envueltos en aureolas más inflamadas aún y en brillantes nubes de gloria, estaban Cristo y su Madre, con innumerables milicias celestiales, constelaciones de espíritus. Francisco cayó de rodillas, y fijo el pensamiento en sus constantes ansias, impetró la realización de la suspirada indulgencia, como si la vista de las hermosuras del cielo le impulsase a desear con más ardor que se abriesen sus puertas para el hombre. María se inclinó hacia su hijo, y éste habló así:
-- Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas [1 de agosto].
-- ¿Cómo, Señor -preguntó Francisco-, haré notoria a los hombres tu voluntad?
-- Ve a Roma -repuso- como la primera vez; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale por vía de testimonio rosas de las que has visto brotar en la zarza; yo moveré su corazón y tu anhelo será cumplido.
Francisco se levantó; entonaron los coros de ángeles el Te Deum, y con último acorde de vaga y deleitosa armonía se extinguió la música, desvaneciéndose la aparición.
Fue Francisco a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Catáneo y fray León, la ovejuela de Dios. Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio, número designado en honra de la Trinidad. Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Víncula. Le ofreció las rosas, frescas, lozanas y fragantes, que se burlaban del erizado invierno. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la material resurrección de la primavera, fue confirmada la indulgencia, resurrección del espíritu regenerado por la gracia. Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. «En el día convenido -escribe uno de los cronistas del suceso-, concurrieron allí puntuales; con ellos gran multitud de las regiones comarcanas acudió también a la solemnidad. Apareció Francisco en un palco prevenido al efecto, con los siete obispos a su lado, y después de ferviente plática sobre la indulgencia obtenida, terminó diciendo que en el mismo día y todos los años perpetuamente, quien confesado y contrito entrase en aquella iglesia, lograría plena remisión de sus pecados. Oyendo los obispos a Francisco anunciar indulgencia semejante, se indignaron, exclamando que si bien tenían orden de hacer la voluntad de Francisco, no lograban creer que fuese la intención del Papa promulgar el indulto perpetuamente; en consecuencia se adelantó el obispo de Asís resuelto a proclamarlo por diez años solos; pero en vez de esto repitió involuntariamente las palabras mismas que Francisco había pronunciado; unos después de otros, pensando cada cual corregir al anterior, reprodujeron los obispos el primer anuncio. De esto fueron testigos muchos, tanto de Perusa cuanto de las inmediatas villas».
Así quedó solemnemente publicada y promulgada la gran indulgencia de la Porciúncula, rival por el concurso y la importancia de los más célebres jubileos de la Edad Media. A su misma extraordinaria amplitud se atribuye que ninguno de los primeros biógrafos del Santo de Asís haga mención explícita de ella, ni de las circunstancias que la precedieron. Cuando se cifraba en las Cruzadas la esperanza de la Europa y del cristianismo, sería imprudente e impolítico del todo, según observaban los Cardenales, esparcir el rumor de que los peregrinos de Asís lograban iguales gracias que los palmeros de Jerusalén. Hasta disposiciones de los Concilios vedaban cuanto pudiese en algún modo impedir o dilatar las Cruzadas. Por muchos años, pues, fue sólo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula, y hasta medio siglo después del tránsito de Francisco no hallamos el primer documento auténtico de Benito de Arezzo, que dice así:
«En el nombre de Dios, Amén. Yo fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aún vivía, y que por auxilio de la divina gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se partió de este mundo, y con los mismos conferencié frecuentemente de los secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los susodichos compañeros del beato Francisco, llamado fray Maseo de Marignano, el cual fue hombre de verdad y clarísimo en su vida, que estuvo con el hermano Francisco en Perusa, en presencia del señor papa Honorio, cuando el santo pidió la indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen al lugar de Santa María de los Angeles (que por otro nombre se llama Porciúncula) el primer día de las calendas de agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La cual indulgencia, habiendo sido tan humilde como eficazmente pedida por el beato Francisco, fue al cabo muy liberalmente otorgada por el Sumo Pontífice, aunque él mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica conceder tales indulgencias (...)».
Muertos también ya entonces los testigos oculares del suceso, se echó de ver la conveniencia de registrarlo en forma legal y solemne. Al citado testimonio del compañero de San Francisco, Benito, se agregan otros muchos de obispos, canonistas, cronistas e historiógrafos.
No todos saben lo que significa una indulgencia; acaso la mayoría de los católicos lo ignora en parte. Es la parcial o total remisión de las penas temporales que expían los pecados en esta o la otra vida, aun después de la reconciliación entre Cristo y el alma. Anexa va de ordinario a la indulgencia una obra pía: una limosna para construir iglesias, fundar instituciones benéficas, cubrir, en suma, el presupuesto de la fe, de la caridad o del culto. Mas el requisito de la limosna constituye sólo lo exterior y formal de la práctica; lo esencial e interno estriba en la firme voluntad y propósito de renunciar al pecado, en la renovación del espíritu; así lo enseña la Iglesia, declarando el fruto de la indulgencia plenaria proporcionado a las disposiciones del alma que aspira a lograrlo, y de cuyo albedrío depende obtenerlo. Distinguíase la indulgencia del jubileo en que cabía en éste la absolución hasta de censuras o casos reservados enormísimos, exceptuándose la herejía y conmutación de votos, privilegio guardado sólo para los jubileos magnos.
Esto eran espiritualmente las indulgencias; socialmente podemos considerarlas como una manifestación internacional de mayor influencia para el adelanto de los pueblos que nuestras modernas Exposiciones. Difícil es que hoy nos formemos cabal idea de lo que significaba en la Edad Media un jubileo. Abría la Iglesia la fuente de sus gracias a las naciones sedientas, y especialmente a las milicias de la Cruz, aún más pródigas de su sangre que Roma de sus espirituales tesoros. Fueron acaso las indulgencias uno de los medios más potentes de civilización que empleó la gran civilizadora del orbe. Por ellas se comunicaban gentes de remotas comarcas, se establecía comercio activo, se roturaban vías de comunicación y se colgaban puentes sobre los abismos de los senderos de atajo. Por ellas tomaba la cruz el magnate, dejando la ociosidad de su castillo; al paso que con su espada combatía en Oriente, abarcaba su inteligencia nuevos horizontes, y traía en su pupila, al regresar, la luz de aquellas misteriosas comarcas. Con el producto de las indulgencias se edificaban hospitales y hospicios, comprándose además el cáliz y el humilde ornato del templo rural; el dinero bendecido se multiplicaba, bastando para innumerables buenas obras, que sólo puede contar Dios.
Del entusiasmo que en el alma del pueblo despertaban las indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el gran acontecimiento que, estremeciendo hasta las últimas fibras de la conciencia de Dante, dio por resultado la Divina Comedia. «El 22 de febrero de 1300 -escribe Ozanam-, publicó el Papa Bonifacio VIII las indulgencias del jubileo para todos los romeros que verdaderamente arrepentidos visitasen por espacio de quince días las basílicas de los Santos Apóstoles». Conmovió el anuncio del perdón a toda la cristiandad. Cruzaron las puertas de Roma hasta treinta mil personas cada día; llegaban así de las salvajes estepas de Ucrania y Tartaria, o de las frías montañas de Iliria, como de las floridas vegas valencianas y cordobesas, llevando los hijos en parihuelas a sus ancianos padres, las mujeres a sus hijos colgados del seno, y siendo las mozas sostenidas por sus hermanos; acampaban en las calles, dormían en los pórticos, comían en el regazo, bebían de las fuentes públicas; el número de romeros se calculó en dos millones. Tan deseadas eran las indulgencias, que aquel gran jubileo se impuso en algún modo a la Iglesia por un plebiscito: el pueblo recordaba tradicionalmente el jubileo de cien años antes, y exigía otro para comenzar el nuevo siglo.
Puede inferirse de aquí cuál sería el concurso a la indulgencia del valle de Asís, gratuita y como ninguna popular. Allí afluían cientos de miles de peregrinos, caravana patriarcal como la de las tribus de Israel en los primeros días de su éxodo: niños, mujeres, familias, aldeas enteras, cobijadas en un seto, bajo de un risco, por todos los rincones del venturoso valle. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios. Sitiado Asís en cierta ocasión por las tropas de Perusa, el segundo día de Agosto se interrumpió el ataque, y los Menores perusinos pudieron entrar en la villa para obtener la indulgencia. A despecho de la providencia de Gregorio XV, que hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo, no menguó la concurrencia a la pequeña población de Asís.
Con respecto a la fecha de la concesión de esta gran indulgencia hay algunas dudas; ateniéndonos a las indagaciones de fray Pánfilo de Magliano, autor reciente y escrupuloso en materias cronológicas, la concesión de la indulgencia corresponde al año 1216, a enero de 1217 la determinación de la misma, y a las siguientes calendas de agosto la solemne publicación y congregación de la Porciúncula por siete obispos.
La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación, una de las más antiguas y la que tocaba a la indulgencia; se cubría el campo de toldos y enramadas, que hacían fresca sombra, protegiendo contra los calores de agosto, y convidando a ello la hermosura de las noches, acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el divino poeta, bajo el velo de misteriosa y bella alegoría, en el canto IX del Purgatorio (vv. 94-132): Llega el pecador a una puerta recóndita, a la cual conducen tres escalones, de blanco y pulimentado mármol el primero; de una piedra sombría, ruda y calcinada el segundo; el tercero de un pórfido de sangriento color. Son las tres condiciones de la penitencia: confesión sincera, contrición, satisfacción. El ángel, imagen del sacerdote, está sentado en lo alto; tiene en la mano la espada, con la cual toca la frente de los pecadores, al modo que el penitenciario hiere con su varita la cabeza de los peregrinos, que ve de hinojos delante. Empuña el ángel dos llaves, una de oro, otra de plata, símbolos de la autoridad y ciencia sacerdotales; ha recibido ambas de San Pedro; significan el ejercicio de una prerrogativa pontifical. Arrójase a sus pies el pecador, golpeándose tres veces el pecho, y pidiendo misericordia; el rito mismo de la confesión sacramental.
Al abrirse así con las sacras llaves las puertas del cielo, oleadas de bienaventuranza descendían sobre la Porciúncula, una especie de resplandor bañaba sus humildes muros, y en la serena noche del primer día de agosto los frailes en éxtasis veían revolotear por las naves blanca paloma; sobre el altar se aparecía la Madre Virgen, teniendo en su regazo al Niño, cuyas manecitas extendidas bendecían el recinto de paz, según la visión atribuida a fray Conrado de Ofida. Más tarde, para cubrir aquellas murallas toscas y resguardarlas como estuche precioso o joya inestimable, veremos alzarse, por el majestuoso plano de Vignola, las tres soberbias naves y gran rotonda de la Porciúncula actual. Acaso flota aún en su clara atmósfera el aroma de las rosas que abrieron sus cálices puros al contacto de un cuerpo más puro todavía.
[Emilia Pardo Bazán, San Francisco de Asís.
Segunda parte. Madrid, Ed. Pueyo, 1941, págs. 27-39]
Fuente: http://www.franciscanos.org