viernes, 26 de agosto de 2011

Bosquejo bibliográfico y perfil espiritual del Siervo de Dios Beato Fray Junipero Serra


1.- Nacimiento, Bautismo, confirmación, profesión religiosa.

El 24 de noviembre de 1713 nacía el tercer hijo del matrimonio campesino formado por Antonio Serra y Margarita Rosa Ferrer, naturales y vecinos de Petra (Mallorca). El niño, nuestro Siervo de Dios, recibió en el sacramento del bautismo, administrado el mismo día, los nombres de Miguel José. De los cinco hermanos que tuvo, sólo una niña, Juana María, sobrevivió; uno de los hijos de ésta sería luego el religioso Capuchino Fray Miguel de Petra, matemático y arquitecto renombrado. Don Atanasio Esterripa, obispo de Mallorca, confirmó el 26 de mayo de 1715 a Miguel José.

Cuando sus fuerzas lo permitieron, el joven ayudó en las faenas agrícolas, al paso que frecuentaba la escuela aneja al vecino convento franciscano de San Bernardino, de cuya Iglesia fue Acólito. El trato continuo con los religiosos suscitó en él la vocación y un cierto día de septiembre de 1729 marchó con sus padres a Palma, capital de la Isla, resuelto generosamente a consagrar su vida a Dios. El 14 de septiembre de 1730 vistió el hábito franciscano en el monasterio de Santa María de los Ángeles de Jesús, extramuros de la ciudad de Palma. Al pronunciar la profesión religiosa el 15 de septiembre de 1731, cambió su nombre por el de Junípero, el amable compañero de San Francisco cuya simplicidad tanto admiraba.

2.- Sacerdocio. Actividades en Mallorca.

La Provincia Franciscana Insular tenía su centro de estudios en el grandioso convento de San Francisco de Palma, fundación del Rey Jaime II; aquí transcurrieron los dieciocho años sucesivos de Junípero, quien, superados con brillantes los tres años de Filosofía, emprendió los estudios Teológicos y los concluyó en junio de 1737. Sabemos que en marzo del año anterior había recibido el diaconado, pero ninguna constancia queda del día y año de su ordenación sacerdotal; en cambio, se conocen las fechas en que se le otorgaron facultades para predicar y oír confesiones.

Apenas cumplidos los 24 años, Fray Junípero concurrió a oposiciones para Lector de Filosofía el 29 de noviembre de 1737 y en enero de 1740 fue destinado a enseñarla en el convento de San Francisco. Hasta 1743 ejerció la docencia de Filosofía escotista. Después de Doctorarse en Teología en 1742, fue elegido para desempeñar la cátedra de Prima de Teología escotista en la Universidad Luliana de la Capital, empeño que comenzó el 25 de enero de 1744. Estamos informados de que se le reputaba cual profundo y sabio profesor y un manuscrito relativo a la Universidad revela que participó en casi cien exámenes.

Aunque el estudio y la enseñanza ocuparon estos años de su vida, el Siervo de Dios no descuidó el celo sacerdotal por las almas. Severo consigo mismo, era muy requerido de sus penitentes, a los que trataba con caridad comprensiva. Recorrió toda Mallorca, llamado a predicar en numerosos púlpitos: su ciencia y dotes oratorias cosecharon abundante fruto espiritual, sobre todo durante las Cuaresmas.

Hacia finales de 1748, sin que podamos determinar la fecha, Fray Junípero experimentó el llamamiento interior de misionero entre infieles. Contaba ya 35 años y la decisión a tomar era muy importante; por eso oró con fervor al Señor y mantuvo secreto su designio hasta que su discípulo Francisco Palóu le confió idéntica vocación. Las necesarias Obediencias llegaron cuando Junípero se hallaba predicando la Cuaresma de 1749 en Petra, su pueblo natal. Al salir de allí el 8 de abril, nada comunicó a sus ancianos padres y familiares sobre el inminente viaje para América. El día 13 se despidió de la Comunidad de San Francisco de Palma besando las pies incluso al menor de los novicios, luego, Palóu y él zarparon hacia Málaga y después a Cádiz.













Fray Junipero recibiendo el Viático

3.- En Nueva España, Misionero en la Sierra Gorda.

El 18 de Octubre de 1749 anclaba el navío en San Juan de Puerto Rico y los 27 religiosos dieron una Misión de 8 días a la población; sus espléndidos resultados fueron atribuidos por unanimidad al entusiasmo desplegado por el Siervo de Dios. El 7 de diciembre, después de 99 días de penosa travesía, el barco entró en Veracruz.

Mientras Fray Junípero recorría a pie las cien leguas hasta la capital del Virreinato, se le formó una llaga que afectaría a la pierna izquierda durante el resto de su existencia. En la mañana del 1 de enero de 1750, Serra y su acompañante fueron recibidos por Palóu en el Colegio Apostólico de San Fernando, emplazado entonces a las afueras de la Capital.

A finales del siglo XVII, las misiones franciscanas de América conocieron un periodo de esplendor iniciado en 1683, año de la fundación del Primer Colegio Franciscano de Propaganda Fide en Nueva España, el de Santa Cruz de Querétaro, erigido por el Mayorquín Fray Antonio Linás de Jesús. El de San Fernando de México, al que perteneció Fray Junípero, había empezado a funcionar en abril de 1734 y sus miembros evangelizaron enormes extensiones del virreinato de Nueva España hasta 1853.

Durante los cinco meses de estadía en San Fernando, el Siervo de Dios prodigó ejemplos de vida interior fervorosa: autorizado por el Maestro, añadía los ejercicios de piedad a los novicios al riguroso horario de la comunidad. Cuando el Padre Guardián solicitó voluntarios para las Misiones de la Sierra Gorda, él fue el primero en ofrecerse. En compañía de Palóu, llegó a Jalpan, Centro Fernandino de la Sierra, el 16 de junio de 1750; allí quedaron ambos como ministros.
Poco a poco, sus pláticas edificantes calaron en las mentes elementales de los indígenas y según Palóu, se logró que unos cien frecuentaran los sacramentos fuera edl tiempo pascual. A mediados de 1751, el Siervo de Dios hubo de aceptar la presidencia de las cinco misiones serranas.









Misión de Jalpan

Acostumbrados ya al trabajo de sus Pames, Serra acometió la construcción de un templo de piedra en Santiago de Jalpan. Hombro con hombro con ellos, acarreó pesadas vigas y bloques pétreos y así surgió la estupenda Iglesia barroca que aún ahora llama poderosamente la atención.

A imitación de ella, otras cuatro se levantaron en las demás misiones. En septiembre de 1752, Junípero se desplazó a la capital y fue designado Comisario de la Inquisición para Nueva España. Cuando años más tarde, en 1770, se entregaron las misiones fernandinas al clero secular, el Arzobispo Lorenzana y el propio Marqués de Croix, encomiaron altamente la labor misional cumplida.

El Siervo de Dios renunció a su cargo de Presidente mediado 1754, pero Palóu y él siguieron trabajando en Jalpan hasta septiembre de 1758.


4.- Predicación popular por Nueva España. Sus oficios.

En marzo de aquél año los comanches de Texas habían arrasado la misión de San Sabá de la Santa Cruz y asesinado al Presidente Fray Alonso Giraldo de Terreros y al fernandino José Santiesteban. Para sustituirlos se eligió a Fray Junípero y Palóu; pero dado que las autoridades civiles retuvieron imprudente restaurar la misión de San Sabá, nuestro Serra fue empleado en otro de los cometidos de los Colegios Apostólicos, las misiones entre fieles. Después de ocho años de vida activa, acomodó su espíritu a la rutina regular del claustro, imponiéndose austeridades mayores que las exigidas por el propio Colegio.

Obtuvo el máximo de votos para el cargo de Guardián de San Fernando en diferentes capítulos, más logró que no se le confirmara, si bien en 1761 tuvo que aceptar el oficio de Maestro de novicios, que desempeñó hasta noviembre de 1764.

Por espacio de ocho años y medio, predicó misiones populares en varias diócesis de México, consiguiendo abundantes conversiones; desde 1758 a 1767 recorrió unos 4,400 kilómetros, considerable ajetreo para un hombre de su edad y con la pierna ulcerada.
















Cruz de Caravaca


5.- Apostolado en ambas Californias.

Carlos III, Rey de España, ordenaba perentoriamente en junio de 1767 la expulsión de la Compañía de Jesús de todos sus dominios. Las misiones jesuíticas de la península de California fueron asignadas el colegio de San Fernando, que llamó inmediatamente a Fray Junípero, ocupado a la sazón en la región de Mezquital. Con él de superior, 14 fernandinos se dirigieron al nuevo destino el 16 de julio de 1767.

A sus 54 años, la obediencia le destinaba a la magnífica empresa de su existencia: implantar Fe y civilización en las tierras inéditas de la Alta California.

Los frailes desembarcaron en Loreto, Baja California, el 1 de abril de 1768. Ocupaban los dos tercios superiores del territorio indios Cochimíes, dejando el tercio meridional para gentes de habla Guaicurán; según cálculos acertados de los Jesuitas, que estuvieron 60 años entre ellos, llegaban a 50,000 habitantes.

El virreinato de Nueva España veíase amenazado por aquella época desde las posesiones francesas de Luisiana; ante las costas septentrionales americanas del Pacífico podría presentarse la potencia naval inglesa; y sobre todo tramperos y colonos rusos descendían ya desde Alaska.

Para conjugar tal situación, el Visitador General José de Gálvez debía promover la ocupación preventiva de Alta California. Entre el 31 de octubre de 1768 y el 10 de enero siguiente, Gálvez y Serra sopesaron con minuciosidad todos los aspectos de las cuatro expediciones proyectadas hacia lo desconocido. Las tres primeras se pusieron en marcha en los meses iniciales de 1769; la cuarta, por tierra, llevaría por Comandante a Gaspar de Portolá y a Junípero como capellán y diarista, quien, no obstante el empeoramiento de su pierna, expresó confianza irreductible en llegar al puerto de San Diego. El único Diario escrito por él, recoge puntualmente las incidencias de la larguísima caminata, empezada el 28 de marzo de 1769. La caravana avistaba el 1 de julio la deseada bahía de San Diego, con los Barcos <> y <> fondeados en ella.












Relicario Indígena de Fray Junípero

6.- Fundación de misiones en Alta California.

A pesar de que el escrobuto había diezmado las tripulaciones y causaba estragos en la tropa, el día 16 se procedió a fundar la primera misión de Alta California, la de San Diego de Alcalá. Cansados de los extraños huéspedes, los indios atacaron el 15 de agosto, poniendo a prueba la voluntad de sacrificio del Siervo de Dios. Después de buscar en vano el abrigo de Monterey y en vista de la penuria de abastecimientos, pues no comparecían las navíos de socorro, el Comandante Portolá decidió abandonar San Diego; entonces se presentó providencialmente la nave <>, cuando Junípero había resuelto quedarse ahí con otro compañero.

El 3 de julio de 1770 se erigió la misión de San Carlos Borromeo en Monterey, identificado por fín; pasado un mes, Pedro Fages suplantaba a Portolá en la comandancia de los nuevos establecimientos californianos. En julio de 1771, el Padre Presidente establecía la misión de San Antonio de Padua y en agosto surgía la de San Gabriel, englobada ahora en la megápolis de Los Angeles.

El 1 de septiembre de 1722, Serra fundaba otra misión, la de San Luis Obispo de Tolosa. Se iba poblando la costa de nombres franciscanos enlazados por el llamado Camino Real, verdadero cordón umbilical de la California Hispana.

El catalán Fages demostró intemperancia con los religiosos y los acusó por carta ante el Virrey. Junípero debía defender a sus súbditos y ya que el Comandante controlaba el correo, decidió ir a México, olvidándose de sus 60 años, de las enfermedades y de los 2,000 kilómetros de distancia.

Mal repuesto de fiebres malignas que le habían postrado en Guadalajara y Querétaro, pudo alcanzar el Colegio de San Fernando el 6 de febrero de 1773 y cuando su debilidad no le forzaba a guardar cama, observó con religiosidad extrema la vida conventual. Por orden del Guardián, redactó un informe sobre la situación de California y el 15 de marzo lo entregó al Virrey Bucareli, quien recordaría años después la impresión causada por el Siervo de Dios, cuyo celo Apostólico ensalza y cuyas ideas adoptó complacido.

Agotado y envejecido, pero con el alma puesta en Dios, Serra Salía de la Capital en septiembre de 1773; para despedirse había besado los pies de la comunidad de su colegio.
La nueva fragata <> con el a bordo, se vió obligada a recalar en San Diego el 13 de marzo de 1774; días después, el 22, llegó a la misión de San Gabriel el Capitán Juan Bautista de Anza con una partida, abriendo así la ruta terrestre entre Sonora y California, calurosamente recomendada por el Padre presidente al Virrey.

Luego de visitar San Gabriel, San Luis y San Antonio, Junípero entraba en su residencia del Carmelo a primeros de mayo de 1774. Fernando de Rivera y Moncada, nombrado recientemente Comandante, se presentói en Monterey el 23 del citado mes, con el impetuoso y depuesto Pedro Fages realizó Serra un hermoso acto de caridad que conmovería al Virrey.


7.- Entre dificultades y desastres.

Transcurrido un año de relativa tranquilidad y de cristiuanización progresiva, Rivera frenó de continuo el dinamismo creador del Siervo de Dios, cuyo propósito consistía en dejar establecidas 10 u 11 misiones antes de morir; de momento , solo 5 jalonaban el Camino Real entre el puerto de San Diego y la Bahía de Monterey.

Aunque 1775 resultó aciago para la Alta California -entre otras adversidades, ocurrió el incendio y asalto por los Indios a la misión de San Diego-, también alcanzó su apogeo la gran política de Bucareli, animada por el monarca Carlos III, y en ella tuvo parte relevante el Siervo de Dios, encandilado por la idea de los pueblos que esperaban el Evangelio a lo largo de las costas septentrionales del pacífico.

Cuando Junípero dirigía personalmente la reconstrucción de San Diego, el Comandante hizo suspender los trabajos, temeroso de un hipotético ataque indígena; las obras se reanudaron el 17 de octubre de 1776 y en noviembre Serra declaró fundada la Misión de San Juan Capistrano y regresó a Carmelo en enero de 1777. En el mes siguiente, Felipe de Neve se instalaba cual nuevo Gobernador en Monterey, elevada a capital de las Californias; en seis años, la Alta California había superado el desarrollo de la Baja. Otra noticia consoló al Padre Presidente: la Santa Sede Autorizaba al Colegio de San Fernando para que uno de sus misioneros administrara el sacramento de la Confirmación; sin embargo, no llegó la patente oficial del privilegio.




8.- Problemas en ocasión del Sacramento de la Confirmación

Presto se desvanecieron las esperanzas depositadas en Neve, personaje que hizo cuanto pudo en 6 años para secularizar la empresa de California y deparó a Fray Junípero más amarguras que nadie.

Desde últimos de septiembre de 1777 hasta el 11 de octubre, el presidente visitó las misiones de Santa Clara y San Francisco y a comienzos de 1778 su amigo el virrey de Bucareli le anunciaba que las Californias no dependían ya de su autoridad, pues formarían parte de las recién creadas Provincias Internas, organismo gobernado por el Comandante General Teodoro de Croix desde la sede de Arispe. A mediados de junio de dicho año, Serra recibió la Patente para poder confirmar.


9.- Amenazas sobre las misiones. Muerte ejemplar de Fray Junípero

Sombríos presagios se cernían desde hacía algunos años sobre las misiones californianas. Fray Antonio de los Reyes, veterano miembro del Colegio de Querétaro y preconizado Obispo de Sonora, propugnaba la creación en las Provincias Internas de 4 Custodias Franciscanas, desvinculadas de las Provincias y Colegios; una de tales custodias, la de San Gabriel, abarcaría ambas Californias, con la consecuencia de que todas sus misiones se confiarían a una sola Orden Religiosa, la de los dominicos en la mente de Reyes. Cercano al fin, el Siervo de Dios expresa en su ultima carta conocida seria aprensión de que su obra, fruto de tantos afanes apostólicos, escapara de manos franciscanas, aunque acepta sumiso la voluntad del Señor y termina solicitando oraciones a la Virgen Santísima.

Al caducar la facultad de confirmar en julio de 1784, se reconcentró en sí mismo. Fray Francisco Palóu acudió al Carmelo, llamado por Serra, y maestro y discípulo comentaron durante varios días la escasez de voluntarios para las misiones. El 26 de agosto de 1784 repitió la confesión general entre lágrimas; al día siguiente, marchó por su propio pie a la capilla para recibir la Sagrada Eucaristía y por la noche le fue administrada la extremaunción.

Parecía algo mejorado con el amanecer del día 28 y salió a saludar a los oficiales del navío <>; pero la hermana muerte lo encontró poco antes de las dos de la tarde recostado sobre la cama de tablas y con su crucifijo misional en el pecho.

Su trabajada vida había durado 70 años, 9 meses y 4 días; casi durante 54 vistió con dignidad el sayal franciscano; de sus 46 años de sacerdocio, 35 y medio se consumieron como misionero apostólico y dedicó los 15 últimos a roturar el campo pagano de la Alta California.

Desconsolados, los indios velaron toda la noche el cadáver del entrañable <> que los había engendrado en Jesucristo y recortaron su hábito y cabellos. Tras solemnes funerales celebrados el domingo 29 de agosto, los venerables restos de Fray Junípero Serra fueron inhumados en el presbiterio, en el lado del Evangelio, cabe la tumba de su querido alumno Padre Crespí. Todavía ahora yacen allí, en el templo de Misión de San Carlos de Monterey o el Carmelo, su residencia como Presidente de las Misiones del Colegio de San Fernando de México.

Hoy celebramos la memoria del Beato Fray Junipero Serra

De familia campesina, Junípero realizó sus primeros estudios en el convento de San Bernardino, en Petra (Mallorca, España). Posteriormente estudió en el convento de San Francisco y de Jesús en Palma de Mallorca. En 1730 ingresó en la congregación franciscana y recibió el nombre de fray Junípero. Obtuvo el doctorado en Filosofía y Teología en la Universidad Lluliana de Palma de Mallorca. Ocupó la Cátedra de Teología entre 1743 y 1754.


A las misionesEn 1749, junto con veinte frailes franciscanos, se va de misionero a al Virreinato de la Nueva España (México). Llegan al Puerto de Veracruz el 7 de diciembre. Mientras sus acompañantes siguen su camino hacia la ciudad de México a lomos de mula, fray Junípero y un acompañante deciden hacer el camino a pie. A raíz de ese viaje contrae una dolencia en una pierna que le acompañará el resto de sus días.


El primer destino de fray Junípero fue Santiago Xalpan (Hoy Jalpan de Serra) en la Sierra Gorda de Querétaro, donde permanecería 9 años dedicado a convertir a los indígenas pames de la zona, al tiempo que les enseñaba los rudimentos de la agricultura, de la ganadería de tiro y de labor, así como a hilar y tejer.


El siguiente destino de fray Junípero debería haber sido el inhóspito territorio apache. Sin embargo, la muerte del virrey detuvo la salida del grupo misionero hacia aquellas tierras, por lo que el fraile tuvo que esperar en la ciudad de México por espacio de varios años antes de recibir su siguiente destino misional.


En 1767, Carlos III decretó la expulsión de todos los jesuitas que radicaban en la Nueva España. Dicha orden afectó a los misioneros Jesuitas que atendían la población indígena y europea de las Californias, que fueron sustituidos por 16 misioneros de la orden de los franciscanos encabezados por fray Junípero. La comitiva salió de la ciudad de México el 14 de julio de 1767, embarcó por el puerto de San Blas (Nayarit) rumbo a Loreto (Baja California), hogar de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, que es considerada la madre de las misiones de la Alta y Baja California.


En 1768 los frailes se embarcaron en la nave San Carlos hacia Alta California para llevar el Evangelio a los indígenas. Al mismo tiempo, salió Junípero Serra con otro grupo por tierra, con ganado para las nuevas fundaciones. La primera en la Alta California fue San Diego de Alcalá en 1769.


A partir de la fundación de San Diego, Junipero funda, en el curso de 15 años, otras 9 misiones siguiendo la línea de acción establecida durante su estancia en la Sierra Gorda de Querétaro. Cuando llegaban a un lugar conveniente, construyen una capilla, unas cabañas para residencia de los frailes y un pequeño fuerte protector contra posibles ataques. Acogían a los indígenas que se aproximaban movidos por la curiosidad y, una vez ganada su confianza, les invitaban a establecerse en las proximidades de la misión.


Los frailes evangelizaron a los indios y al mismo tiempo les enseñaban las diversas artes ya que los indios eran muy primitivos y no conocían la agricultura ni acostumbraban a vestirse. Aprendieron además de agricultura, la ganadería, albañilería, carpintería, herrería y albañilería. Las mujeres recibían adiestramiento en las labores de cocina, costura y confección de tejidos.


Fray Junípero murió en la Misión de San Carlos Borromeo (Monterrey, California), el 28 de agosto de 1784. Allí están sus restos.Las misiones se convirtieron en grandes ciudades: Los Ángeles, San Francisco, San Diego, Sacramento, etc.


El papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.

viernes, 19 de agosto de 2011

Triste realidad en Argentina

Los franciscanos dejan San Rafael después de 76 años

En un principio, la medida es por dos años a la espera de vocaciones sacerdotales. Los fieles presentaron un proyecto en el Concejo Deliberante.

Edición Impresa: viernes, 19 de agosto de 2011
Daniela Larregle - dlarregle@losandes.com.ar

Durante décadas los frailes franciscanos acompañaron el crecimiento de la comunidad de San Rafael. La parroquia San Antonio de Padua, ubicada sobre la avenida Balloffet, fue un emblema de la iglesia católica que cobijó a generaciones; por eso, la noticia del retiro de los frailes de la congregación del departamento sureño movilizó a los fieles en busca de ayuda para no perder un espacio de contención religioso y espiritual.

Por esta razón, un grupo de personas allegadas a la parroquia se reunió y presentó un proyecto en el Concejo Deliberante el cual aprobó donde se declara "patrimonio cultural departamental la Orden de los Frailes Menores Franciscanos en San Rafael, preservando la Casa Franciscana y Parroquia fundada por el padre Gerardo Ureña". Además, el segundo artículo de la ordenanza solicita al superior de la provincia Franciscana San Francisco Solano, la permanencia de la Orden Franciscana en San Rafael.Cabe destacar que el retiro obedecería a la falta de sacerdotes de esa orden.

De los tres sacerdotes que habían, sólo queda uno que también deberá retirarse. La partida sería solamente por unos años, hasta que recuperen vocaciones, mientras tanto la diócesis de San Rafael se haría cargo de la parroquia.La presencia de la Orden en el sur mendocino se remonta a 1805 cuando un franciscano mapuche -Francisco Inalicán-, oriundo de Chillán (Chile) participó del parlamento realizado en el primitivo asiento de la ciudad de San Rafael entre las tribus puelches, pehuenches y los comisionados por el virrey del Río de la Plata, Rafael de Sobremonte.

Fray Inalicán actuó de intérprete y fue designado tras el acuerdo para la fundación del Fuerte de San Rafael como párroco, maestro de la Villa y misionero entre las tribus de la región por un lapso 20 años. Además fue colaborador del general San Martín cuando era gobernador de Cuyo.En 1935, reapareció la orden en la zona cuando se instalaron en Villa Atuel, donde fundaron la parroquia de la Inmaculada Concepción, la que era atendida por un solo sacerdote: fray Juan José Ángel, que viajaba para la atención religiosa de los feligreses a Malargüe, Monte Coman, Real del Padre, Jaime Prats, Atuel Norte y Villa Atuel.

Desde allí atendían toda la región sur de la provincia.En 1951, la presencia franciscana se consolida en San Rafael con la edificación de parroquia San Antonio de Padua y años más tarde, en 1960, con la fundación del colegio San Antonio.La parroquia hoy comprende un pequeña porción de ciudad y un distrito rural de Cuadro Benegas con su capilla Santa Clara de Asís y de otros departamentos como Malargüe y General Alvear, por tratarse del último reducto franciscano en el sur mendocino.En todos estos años, los frailes y su comunidad siguieron un plan pastoral en el que se destacó el acompañamiento de la familia y la juventud, siempre dentro de la experiencia de San Francisco de Asís.

La escasez de sacerdotes que se da en muchas congregaciones es la realidad de los franciscanos. Hace unos 50 años hubo un florecimiento de vocaciones que fue reduciéndose con el pasar del tiempo, pero entonces esta congregación tenía entre alrededor de 20 ordenaciones sacerdotales por año.Si bien el colegio San Antonio continuará funcionando al igual que la iglesia, los fieles esperan que su pedido sea escuchado desde la Orden Franciscana. "Decidimos presentar el proyecto por el artículo 100 bis y fue tomado por el concejal Edgar Rodríguez, pero todos los ediles se hicieron eco de la nuestro pedido", comentaron los fieles.

Tomado de:

jueves, 18 de agosto de 2011

Triste realidad en México

Adiós a los franciscanos en los Vergeles
Esperan que los nuevos encargados continúen su labor
Publicada: 18 agosto 2011

Después de una decada de ejercer su ministerio sacerdotal en la parroquia de Santa María Goretti, en el fraccionamiento Vergel III, la Orden de Frailes Menores de la Provincia Franciscana "San Felipe de Jesús" entregará la iglesia a la Arquidiócesis de Yucatán a finales de este mes o principios de septiembre.

El 1 de agosto de 2001, cuando se erigió la comunidad en parroquia y se dedicó a Santa María Goretti, los franciscanos asumieron la responsabilidad del templo, en el oriente de Mérida.

Desde hace un año sólo fray Alfredo Andalón Aguilar y el diácono franciscano Mario Gabriel Moo Chalé tienen a su cargo la atención de la comunidad, con un censo de 30 mil habitantes en los Vergeles.

El sacerdote confirma que entregarán el templo en unos días, tras recibir la notificación de sus superiores de que, después de 10 años de servicio en la zona, se decidió dejar la comunidad porque no hay personal suficiente para atenderla.

Fray José Rodríguez Carballo, ministro general de la Orden, la máxima autoridad franciscana, ha dicho que si por alguna situación es necesario dejar una casa entonces hay que hacerlo.

Fray Alfredo admite que éste es un fenómeno que se registra en todo el mundo porque ha disminuido el número de hermanos. Por este motivo se tomó la decisión de entregar Santa María Goretti a la Arquidiócesis.

El sacerdote añade que situaciones como éstas ocurren desde hace mucho tiempo y están reportadas en biografías y documentos de la época del fundador, como la "Vida segunda de San Francisco" de Tomás de Celano: "No te inquietes, pues antes bien trabaja por tu salvación, porque, aun cuando el número de la Religión se redujere a tres, la Religión permanecerá por siempre firme, con mi protección".

Fray Alfredo indica que Santa María Goretti es una comunidad activa que se caracteriza por su población juvenil y grupos de seglares franciscanos que no deben desaparecer. "El anhelo que tenemos es que lo poco o lo mucho trasmitido lo sigan cultivando. Me daría tristeza que abandonaran su apostolado", confiesa.- Claudia Sierra Medina.

En la imagen aparece Fray Alfredo Andalón Aguilar en una de las áreas de la iglesia parroquial de Santa María Goretti, en Vergel III, donde se llevan al cabo trabajos de mejorasSanta María Goretti fue erigida en parroquia hace una década Ver fotos(2)
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En contexto:
La parroquia | Datos

Santa María Goretti es una comunidad que surgió a mediados de la década de 1990.

Recuento

Hasta antes de la llegada de los franciscanos era atendida por el presbítero Pedro Mena Díaz.

Destinos

Es probable que fray Alfredo Andalón Aguilar sirva en San Judas Tadeo de Chetumal y el diácono Mario Gabriel Moo se traslade a Cancún, ya que para fortalecer la Orden los franciscanos se concentrarán en algunas ciudades.


Tomado de:

martes, 16 de agosto de 2011

La imitación de la paciencia de Cristo

Que mis lectores escuchen ahora un relato de la devoción con la que San Francisco de Asís recitaba su breviario, y aprenderán entonces que el Oficio Divino no puede ser dicho sin el ejercicio de la más grande paciencia.
En su Vida de San Francisco, San Buenaventura dice así:
«Este santo hombre estaba tan habituado a recitar el Oficio Divino con no menor miedo que devoción hacia Dios, y aunque sufría grandes dolores en los ojos, estómago, columna, e hígado, nunca se hubiera recostado en alguna pared o detenido mientras lo cantaba, sino que de erguido de pie, sin su capucha, mantenía sus ojos fijos, y tenía la apariencia de una persona en desmayo. Si estaba de viaje, se mantenía a su horario regular, y recitaba el Divino Oficio en la manera usual, sin importar si una lluvia violenta estaba cayendo. Se pensaba a sí mismo culpable de una seria falta si, mientras que recitaba permitía a su mente ocuparse con pensamientos vanos, y cuantas veces esto le pasaba se apresuraba a ir a confesión para expiar por ello. Recitaba los salmos con tal atención de mente como si tuviese a Dios presente delante de él, y cuando decía el nombre del Señor, gustaba sus labios por la dulzura que la pronunciación de tal nombre le dejaba».
Tan pronto alguno se esfuerce por recitar el Oficio Divino de esta manera, y levantarse en la noche para rezar Maitines, Laudes y Prima, aprenderá por experiencia la labor y paciencia que son necesarias para el debido cumplimiento de esta tarea.

Extracto tomado del Capítulo X de:

SOBRE LAS SIETE PALABRAS

PRONUNCIADAS POR CRISTO EN LA CRUZ

“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis.”

SAN ROBERTO BELARMINO

lunes, 15 de agosto de 2011

La Confianza de San Francisco de Asís en la Santísima Virgen María

San Buenaventura escribe en su Pharetra:

«Oh Santísima Virgen, así como todo el que te odia y es olvidado por ti necesariamente perecerá, así todo el que te ama y es amado por ti necesariamente será salvado». El mismo Santo en su Vida de San Francisco habla así de la confianza de éste en la Bienaventurada Virgen: «Amó a la Madre de nuestro Señor Jesucristo con un amor inefable, por ella nuestro Señor Jesucristo llegó a ser nuestro hermano, y por ella obtuvimos misericordia. Junto a Cristo colocó toda su confianza en ella, la miró como abogada propia y de su Ordena, y en su honor ayunó devotamente desde la fiesta de San Pedro y San Pablo hasta la Asunción».




Extracto tomado del Capítulo XII de:

SOBRE LAS SIETE PALABRAS

PRONUNCIADAS POR CRISTO EN LA CRUZ

“De septem Verbis a Christo in cruce prolatis.”

SAN ROBERTO BELARMINO

domingo, 14 de agosto de 2011

PROFECIA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

Imágenes del libro:






Poco antes de morir, San Francisco de Asís reunió a sus seguidores y les advirtió de los problemas venideros, diciendo:

1. Sean fuertes, mis hermanos, tomen fuerza y crean en el Señor. Se acerca rápidamente el tiempo en el que habrá grandes pruebas y tribulaciones; abundarán perplejidades y disensiones, tanto espirituales como temporales; la caridad de muchos se enfriará, y la malicia de los impíos se incrementará.

2. Los demonios tendrá un poder inusual; la pureza inmaculada de nuestra Orden y de otras, se oscurecerá en demasía, ya que habrá muy pocos cristianos que obedecerán al verdadero Sumo Pontífice y a la Iglesia Romana con corazones leales y caridad perfecta. En el momento de esta tribulación un hombre, elegido no canónicamente, se elevará al Pontificado, y con su astucia se esforzará por llevar a muchos al error y a la muerte.

3. Entonces, los escándalos se multiplicarán, nuestra Orden se dividirá, y muchas otras serán destruidas por completo, porque se aceptará el error en lugar de oponerse a él.

4. Habrá tal diversidad de opiniones y cismas entre la gente, entre los religiosos y entre el clero, que, si esos días no se acortaren, según las palabras del Evangelio, aun los escogidos serían inducidos a error, si no fuere que serán especialmente guiados, en medio de tan grande confusión, por la inmensa misericordia de Dios.

5. Entonces, nuestra Regla y nuestra forma de vida serán violentamente combatidas por algunos, y vendrán terribles pruebas sobre nosotros. Los que sean hallados fieles recibirán la corona de la vida, pero ¡ay de aquellos que, confiando únicamente en su Orden, se dejen caer en la tibieza!, porque no serán capaces de soportar las tentaciones permitidas para prueba de los elegidos.

6. Aquellos que preserven su fervor y se adhieran a la virtud con amor y celo por la verdad, han de sufrir injurias y persecuciones; serán considerados como rebeldes y cismáticos, porque sus perseguidores, empujados por los malos espíritus, dirán que están prestando un gran servicio a Dios mediante la destrucción de hombres tan pestilentes de la faz de la tierra. Pero el Señor ha de ser el refugio de los afligidos, y salvará a todos los que confían en Él. Y para ser como su Cabeza [Cristo], estos, los elegidos, actuarán con esperanza, y por su muerte comprarán para ellos mismos la vida eterna; eligiendo obedecer a Dios antes que a los hombres, ellos no temerán nada, y han de preferir perecer antes que consentir en la falsedad y la perfidia.

7. Algunos predicadores mantendrán silencio sobre la verdad, y otros la hollarán bajo sus pies y la negarán. La santidad de vida se llevará a cabo en medio de burlas, proferidas incluso por aquellos que la profesarán hacia el exterior, pues en aquellos días Nuestro Señor Jesucristo no les enviará a éstos un verdadero Pastor, sino un destructor.” [1]

Excepto por dividirse el relato en apartados, y añadiendo negrita para ciertos énfasis, la profecía se presenta sin ninguna alteración, tal como figura en las Obras del Seráfico Padre San Francisco de Asís, Washbourne, 1882, páginas 248-250; como lo demuestran las páginas escaneadas adjuntas.


[1] Marcos de Lisboa y otros, piensan que esta profecía se cumplió en el gran cisma que ha desolado a la Iglesia después de la elección de Urbano VI, en el año 1378. Pero también puede en parte referirse a otras calamidades que ha de sufrir la Iglesia en los últimos tiempos.


Fuente: http://www.novusordowatch.org/francis.htm

sábado, 13 de agosto de 2011

¿Cómo deberemos llamar a los que dejan a Dios por los bienes del mundo?


… “¡Cuántos rústicos hay –dice San Agustín– que no saben leer, pero saben amar a Dios y se salvan, y cuántos doctos del mundo se condenan!…”. ¡Oh, cuán sabios fueron un San Pascual, un San Félix, capuchinos; un San Juan de Dios, aunque ignorantes de las ciencias humanas! ¡Cuán sabios todos aquellos que, apartándose del mundo, se encerraron en los claustros o vivieron en desiertos, como un San Benito, un San Francisco de Asís, un San Luis de Tolosa, que renunció al trono! ¡Cuán sabios tantos mártires y vírgenes que renunciaron honores, placeres y riquezas por morir por Cristo!…

Aun los mismos mundanos conocen esta verdad, y alaban y llaman dichoso al que se entrega a Dios y entiende en el negocio de la salvación del alma. En suma: a los que abandonan los bienes del mundo para darse a Dios se les llama hombresdesengañados; pues ¿Cómo deberemos llamar a los que dejan a Dios por los bienes del mundo?Hombres engañados


Fuente: Extracto de la gran obra de San Alfonso María de Ligorio: Preparación para la muerte.
– LOCURA DEL PECADOR


martes, 2 de agosto de 2011

Iglesia de la Porciúncula Y Basílica de Santa María de los Ángeles





"Francisco rodeaba de un amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es saber que la hizo abogada de la Orden, y puso bajo sus alas, para que los nutriera y protegiese hasta el final, a los hijos que estaba a punto de abandonar"
(Fr. Tomás de Celano, Vida segunda, 198).

De Rivotorto a la Porciúncula

Entre 1210 y 1211, no pudiendo permanecer más tiempo en Rivotorto, por falta de espacio y de una capilla donde rezar, San Francisco y sus once primeros compañeros consiguieron del abad del monasterio de San Benito del monte Subasio, Don Teobaldo, la pequeña iglesia de Santa María de la Porciúncula, que estaba en ruinas. Los monjes nada pidieron, pero Francisco se comprometió a pagarles con un cestillo de pescado cada año, para dejar bien claro a quién pertenecía el lugar.

Con la iglesia recibieron también el terreno circundante y allí, junto a ella, construyeron una casita pobre y pequeña, de barro y madera, la misma donde morirá el Santo el 4 de octubre de 1226, transformada luego en Capilla del Tránsito.

Por varios testimonios sabemos que la casita estaba dividida en celdas con tabiques de mimbre y barro. Cerca de ella y de la iglesia había un pozo. El bosque adyacente estaba donde, mucho después, se edificó el convento actual. Tal vez fue allí donde montaban los cobertizos de esteras que dieron nombre a los primeros capítulos generales de la Orden. Un simple seto delimitaba el recinto. En la parte trasera, junto al camino, plantaron un huerto, en el lugar que ahora ocupa el famoso Roseto o rosaleda. Junto a él hicieron una celda o choza de ramaje para Francisco. Màs tarde fue transformada en capilla, que hoy se conoce como Capilla de las Rosas o Gruta de San Francisco. Por último, en 1221 se edificó la polémica casa del Comune, cuyos cimientos son ahora visibles en la cripta, debajo del altar mayor de la actual basílica.


Origen de la iglesia de Santa María

Narra una antigua leyenda que la iglesia fue fundada en el año 352, con permiso del papa Liberio, por cuatro ermitaños de Palestina que la dedicaron a Santa María de Josafat, y consagraron el altar en honor de la Virgen de la Asunción. La misma tradición añade que los benedictinos la hicieron más grande en el siglo VI, dándole el nombre de Santa María de los Ángeles.

El lugar de la Porciúncula aparece documentado por primera vez en el año 1045, y la iglesia hacia el 1150. Su estado era de total abandono. Fray Tomás de Celano creía que Francisco la reparó antes de tener compañeros, pero se equivoca, porque la Leyenda de Perusa, después de explicar que la iglesia era muy pobre, que estaba semi-caída de puro vieja, y que la gente de la comarca le había tenido gran devoción; también añade que "cuando los hermanos empezaron a restaurarla" y su fama empezó a difundirse por la región, empezaron de nuevo a frecuentarla y a llamarla por su viejo nombre, diciendo: "Vamos a Santa María de los Ángeles". De hecho, la iglesia no se dedicó de nuevo al culto hasta el 2 de agosto de 1215.

Para la vida en la Porciúncula ver: La regla es el Evangelio.


Iglesia predilecta de San Francisco

Escribe San Buenaventura que fue por el nombre, y por ser frecuentes las visitas angélicas, por lo que el Santo se instaló allí, para vivir "de continuo". Porque, según los Tres Compañeros, Francisco y sus compañeros habían estado ya allí, "algunas veces". Y así debió de ser, pues un cierto fray Morico de Asís, allá por el siglo XIII, contaba que un campesino oyó una noche en la Porciúncula cantos de ángeles y que Francisco, al saberlo, tomó devoción al lugar y empezó a ir allá con sus compañeros los domingos, desde Rivotorto, a veces con velas encendidas.

Era la iglesia más pobre de la comarca. El nombre de Porciúncula se puede traducir por "porcioncilla" o parcela de terreno. Y Francisco, no pudiendo servir al Señor sin un lugar donde vivir, como dice su primer biógrafo, "escogió para sí y los suyos esta pequeña porción del mundo". Explicaba el Santo que el Señor no quiso que les dieran ninguna otra iglesia, ni permitió que los hermanos construyesen o recibieran una nueva, porque esta era como una profecía, que se cumplió con la llegada de los Menores.

Hay muchos testimonios de la predilección de Francisco por el lugar. Aún sabiendo que el reino de Dios se encuentra en todas partes y que el Señor concede sus gracias en cualquier lugar, había experimentado que en la Porciúncula eran más abundantes, y que eran frecuentes las visitas de ángeles. Sus propios compañeros le oyeron decir que sabía, por revelación, que la Virgen la amaba de manera especial entre las demás iglesias dedicadas a ella., y que, por eso, él también la prefería. Y para que los hermanos no lo olvidasen, antes de morir recomendó el lugar a su vicario fray Elías y a todos los hermanos, como el más querido de la Virgen, y quiso que constara en testamento. A sus compañeros les decía muchas veces: "Mirad de no abandonar nunca este lugar. Si os echan por un lado, volved a entrar por otro. Porque este lugar es realmente santo y morada de Dios. Aquí fue donde, siendo aún pocos, nos multiplicó el Altísimo, aquí iluminó el corazón de sus pobres con la luz de su sabiduría, aquí enardeció nuestras voluntades con el fuego de su amor. Quien ore aquí con corazón devoto obtendrá lo que pide y quien profane este lugar será castigado con rigor. Por tanto, hijos, mantened dignamente este lugar donde Dios habita y cantadle a él de corazón, con voces de júbilo y alabanza". También quiso que se conservara siempre en humildad y altísima pobreza, como espejo de la Orden, limitándose al simple uso y dejando la propiedad a otros.

En cuanto a la Virgen Madre de Jesús, ésta aparece con frecuencia en los escritos del Santo como Madre del Verbo Encarnado, Mujer "pobrecilla" y Discípula, que comparte con Cristo su peregrinar y pobreza.


La Basílica de Santa María de los Ángeles

La celebre Indulgencia de la Porciúncula que Francisco consiguió para la iglesia de Santa María en julio de 1216, atraía año tras año a decenas de miles de peregrinos, obligando a la apertura de tiendas y alojamientos. Ese es el origen de Santa María de los Ángeles, la pedanía más poblada de Asís, que se extiende en la llanura, a tres quilómetros de la ciudad, alrededor de la Basílica del mismo nombre.

La pequeña capilla de la Porciúncula se encuentra ahora bajo la cúpula la Basílica de Santa María de los Ángeles. En 1569, a fin de protegerla mejor, se derribaron las construcciones añadidas en los siglos anteriores y se empezó a edificar la gran Basílica, proyectada por Galeazzo Alessi. Todo ello se hizo en medio de desacuerdos y polémicas, pues algunos frailes no aceptaban la grandiosidad del proyecto ni la eliminación de los primitivos edificios. Las obras se terminaron en 1679. Un devastador terremoto en 1832 derrumbó la nave central y entre 1924 y 1930 se añadió la monumental fachada actual, rematada con una gigantesca estatua dorada de la Virgen de los Ángeles. La gran plaza que tiene delante es del año 1950.

Con sus 126 metros de longitud y los 75 de altura de la cúpula, la Basílica es uno de los mayores templos de la cristiandad. La nave principal y el presbiterio son de una austera sencillez, pero las grandes capillas laterales, costeadas por familias ricas de Asís, llaman la atención por su abundante decoración barroca. Lo que más atrae la atención, sin embargo, es la pequeña iglesia de la Porciúncula en medio del crucero, bajo la alta y luminosa cúpula, con sus puertas siempre abiertas para el recogimiento y la oración. En el interior hay restos de frescos posteriores a San Francisco, y una tabla o políptico pintada por Hilario de Viterbo en 1393, con la escena de la Anunciación y otras relativas a la Indulgencia. Un fresco del siglo XIX en la fachada representa la leyenda de las rosas.

Detrás de la Porciúncula, a la derecha, está la capilla del Tránsito, donde murió San Francisco el 3 de octubre de 1226. En las paredes del interior están representados sus primeros compañeros, y él mismo, reproducido en terracota por Andrea de la Robbia, Una leyenda de mal gusto asegura que allí están enterrados "el corazón y las entrañas" del Santo. Aparte de que nunca los han encontrado, hay que recordar que ya en el siglo XIII las autoridades asisanas salieron al paso de quienes aseguraban tener reliquias suyas, declarando que el cuerpo de San Francisco se conservaba "íntegro" en Asís, en lugar bien seguro, es decir, en la Basílica de San Francisco.

Recientes excavaciones bajo el ábside sacaron a la luz la casa construida por elComune para el capítulo general de 1221, que no agradó al Santo. El lugar es ahora una cripta o capilla, presidida por un políptico de terracota de Andrea de la Robbia.

Otra leyenda sin fundamento es la de las rosas sin espinas que crecen en el "Roseto", la rosaleda que fue huerto en tiempos de San Francisco. Tal creencia se basa en una leyenda del siglo XIV sobre la Indulgencia, llena de errores y de fenómenos prodigiosos, que nada tienen que ver con la historia verdadera (ver Indulgencia de la Porciúncula). Al final del claustro está la Capilla de las Rosas, edificada sobre el lugar donde estuvo la celda de San Francisco. Desde aquí se puede visitar el antiguo convento observante, la Biblioteca y el museo del santuario, con algunas cosas interesantes, como el crucifijo de Giunta Pisano, un retrato de San Francisco de Cimabúe y otro del maestro de San Francisco.


Ver Galería de fotos de Asís

Fuente: http://www.fratefrancesco.org/

LA INDULGENCIA DE LAS ROSAS por Emilia Pardo Bazán

Una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salud de las almas, rogando con eficacia por los pecadores. Apareciósele un celeste mensajero, y le ordenó bajar del monte a su iglesia predilecta, Santa María de los Angeles. Al llegar a ella, entre claridades vivísimas y resplandecientes, vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de beatos espíritus que les asistían. Confuso y atónito, oyó la voz de Jesús, que le decía:

-- Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide.

Francisco pidió una indulgencia latísima y plenaria, que se ganase con sólo entrar confesado y contrito en aquella milagrosa capilla de los Ángeles.

-- Mucho pides, Francisco -respondió la voz divina-; pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia.

A la puerta esperaban los compañeros de Francisco, sin pasar adelante por temer a los extraños resplandores y las voces nunca oídas. Al salir Francisco le rodearon, y les refirió la visión; al rayar el alba, tomó el camino de Perusa, llevando consigo al cortés y afable Maseo de Marignano. A la sazón estaba en Perusa Honorio III, el propagador del Cristianismo por las regiones septentrionales, que debía unir su nombre a la aprobación de la regla de la insigne Orden dominicana.

-- Padre Santo -dijo el de Asís al antes Cardenal Cencio-, en honor de María Virgen he reparado hace poco una iglesia; hoy vengo a solicitar para ella indulgencia, sin gravamen de limosnas.

-- No es costumbre obrar así -contestó sorprendido Honorio-; pero dime cuántos años e indulgencias pides.

-- Padre Santo -replicó Francisco-, lo que pido no son años, sino almas; almas que se laven y regeneren en las ondas de la indulgencia, como en otro Jordán.

-- No puede conceder esto la Iglesia romana -objetó el Papa.

-- Señor -replicó Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega.

En esta frase hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir tres veces:

-- Me place, me place, me place otorgar lo que deseas.

Intervinieron los Cardenales allí presentes, exclamando:

-- Considerad, señor, que al conceder tal indulgencia, anuláis las de Ultramar y menoscabáis la de los apóstoles Pedro y Pablo. ¿Quién querrá tomar la cruz para conseguir en Palestina, a costa de trabajos y peligros, lo que pueda en Asís obtener descansadamente?

-- Concedida está la indulgencia -contestó el Papa-, y no he de volverme atrás; pero regularé su goce.

Y llamó a Francisco:

-- Otorgo, pues -le dijo-, que cuantos entren contritos y confesados en Santa María de los Ángeles sean absueltos de culpa y pena; esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el espacio de un día natural, desde las primeras vísperas, inclusa la noche, hasta el toque de vísperas de la jornada siguiente.

Oídas las últimas palabras de Honorio, bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara.

-- ¿Adónde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-. ¿Qué garantía o documento te llevas de la indulgencia?

-- Bástame -respondió el penitente- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestará en ella. No he menester más instrumento; sirva de escritura la Virgen, sea Cristo el notario y testigos los ángeles.

Con esto se volvió de Perusa a Asís. Llegando al ameno valle que llaman del Collado, en Collestrada, sintió impulsos de afecto, y se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lágrimas; al volver de aquel estado de plenitud, de gozo y de reconocimiento, llamó a Maseo a voces:

-- ¡Maseo, hermano! -exclamó-. De parte de Dios te digo que la indulgencia que obtuve del Pontífice está confirmada en los cielos.

No obstante, corría el tiempo sin que Honorio, ocupado en atender a las Cruzadas, a la lucha con los maniqueos y a la pacificación de Italia, formalizase los despachos autorizando la proclamación de la otorgada indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco. En mitad de una fría noche de enero se encontraba abismado en rezos y contemplaciones. Impensadamente le asaltó una sugestión violentísima; pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando, macerándose y extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento y prosperidad de su Orden. Discurrió que tanta penitencia pararía en enflaquecer y enajenar su razón, tocando en las lindes del suicidio, y le entró congoja. Para desechar esta tentación, nacida quizás del propio cansancio y debilidad de su cuerpo, se levantó, se desnudó el hábito, corrió desde su celda al obscuro monte, y no pareciéndole mortificación bastante el frío cruel, se arrojó sobre una zarza, revolcándose en ella. Manaba sangre de su desgarrada piel, y se cubría el zarzal de blancas y purpúreas rosas, fragantes, turgentes, frescas, como las de mayo. Exhalaba suave aroma la mata recién florida, y las hojas verdes, salpicadas con la sangre del Santo, se tachonaban de pintas bermejas o gotas de carmín. Una zona de blanca y fulgurosa luz radió disipando las tinieblas, y Francisco se encontró rodeado de innumerables ángeles:

-- Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre -cantaban a coro sus inefables voces.

Francisco se levantó transportado y caminó entre un ambiente luminoso. En torno suyo revoloteaban como mariposas de fuego los serafines, y esplendían, cual luciérnagas magníficas, las aladas cabezas de los querubines; el monte se abrasaba todo sin consumirse en aquel sobrenatural foco de luz; resonaban acordes de deliciosa melodía; el suelo estaba cubierto de ricas alfombras y tapices de flores, sedas y oro; sobre su propio cuerpo veía Francisco una veste cándida, transparente como el cristal, relumbradora como los astros. Cogió Francisco de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, entrando en la capilla. También deslumbraba el humilde recinto. Le bañaban ríos de claridad semejantes a oro líquido; envueltos en aureolas más inflamadas aún y en brillantes nubes de gloria, estaban Cristo y su Madre, con innumerables milicias celestiales, constelaciones de espíritus. Francisco cayó de rodillas, y fijo el pensamiento en sus constantes ansias, impetró la realización de la suspirada indulgencia, como si la vista de las hermosuras del cielo le impulsase a desear con más ardor que se abriesen sus puertas para el hombre. María se inclinó hacia su hijo, y éste habló así:

-- Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas [1 de agosto].

-- ¿Cómo, Señor -preguntó Francisco-, haré notoria a los hombres tu voluntad?

-- Ve a Roma -repuso- como la primera vez; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale por vía de testimonio rosas de las que has visto brotar en la zarza; yo moveré su corazón y tu anhelo será cumplido.

Francisco se levantó; entonaron los coros de ángeles el Te Deum, y con último acorde de vaga y deleitosa armonía se extinguió la música, desvaneciéndose la aparición.

Fue Francisco a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Catáneo y fray León, la ovejuela de Dios. Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio, número designado en honra de la Trinidad. Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Víncula. Le ofreció las rosas, frescas, lozanas y fragantes, que se burlaban del erizado invierno. Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la material resurrección de la primavera, fue confirmada la indulgencia, resurrección del espíritu regenerado por la gracia. Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente. «En el día convenido -escribe uno de los cronistas del suceso-, concurrieron allí puntuales; con ellos gran multitud de las regiones comarcanas acudió también a la solemnidad. Apareció Francisco en un palco prevenido al efecto, con los siete obispos a su lado, y después de ferviente plática sobre la indulgencia obtenida, terminó diciendo que en el mismo día y todos los años perpetuamente, quien confesado y contrito entrase en aquella iglesia, lograría plena remisión de sus pecados. Oyendo los obispos a Francisco anunciar indulgencia semejante, se indignaron, exclamando que si bien tenían orden de hacer la voluntad de Francisco, no lograban creer que fuese la intención del Papa promulgar el indulto perpetuamente; en consecuencia se adelantó el obispo de Asís resuelto a proclamarlo por diez años solos; pero en vez de esto repitió involuntariamente las palabras mismas que Francisco había pronunciado; unos después de otros, pensando cada cual corregir al anterior, reprodujeron los obispos el primer anuncio. De esto fueron testigos muchos, tanto de Perusa cuanto de las inmediatas villas».

Así quedó solemnemente publicada y promulgada la gran indulgencia de la Porciúncula, rival por el concurso y la importancia de los más célebres jubileos de la Edad Media. A su misma extraordinaria amplitud se atribuye que ninguno de los primeros biógrafos del Santo de Asís haga mención explícita de ella, ni de las circunstancias que la precedieron. Cuando se cifraba en las Cruzadas la esperanza de la Europa y del cristianismo, sería imprudente e impolítico del todo, según observaban los Cardenales, esparcir el rumor de que los peregrinos de Asís lograban iguales gracias que los palmeros de Jerusalén. Hasta disposiciones de los Concilios vedaban cuanto pudiese en algún modo impedir o dilatar las Cruzadas. Por muchos años, pues, fue sólo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula, y hasta medio siglo después del tránsito de Francisco no hallamos el primer documento auténtico de Benito de Arezzo, que dice así:

«En el nombre de Dios, Amén. Yo fray Benito de Arezzo, que estuve con el beato Francisco mientras aún vivía, y que por auxilio de la divina gracia fui recibido en su Orden por el mismo Padre Santísimo; yo que fui compañero de sus compañeros, y con ellos estuve frecuentemente, ya mientras vivía el santo Padre nuestro, ya después que se partió de este mundo, y con los mismos conferencié frecuentemente de los secretos de la Orden, declaro haber oído repetidas veces a uno de los susodichos compañeros del beato Francisco, llamado fray Maseo de Marignano, el cual fue hombre de verdad y clarísimo en su vida, que estuvo con el hermano Francisco en Perusa, en presencia del señor papa Honorio, cuando el santo pidió la indulgencia de todos los pecados para los que, contritos y confesados, viniesen al lugar de Santa María de los Angeles (que por otro nombre se llama Porciúncula) el primer día de las calendas de agosto, desde las vísperas de dicho día hasta las vísperas del día siguiente. La cual indulgencia, habiendo sido tan humilde como eficazmente pedida por el beato Francisco, fue al cabo muy liberalmente otorgada por el Sumo Pontífice, aunque él mismo dijo no ser costumbre en la Sede Apostólica conceder tales indulgencias (...)».

Muertos también ya entonces los testigos oculares del suceso, se echó de ver la conveniencia de registrarlo en forma legal y solemne. Al citado testimonio del compañero de San Francisco, Benito, se agregan otros muchos de obispos, canonistas, cronistas e historiógrafos.

No todos saben lo que significa una indulgencia; acaso la mayoría de los católicos lo ignora en parte. Es la parcial o total remisión de las penas temporales que expían los pecados en esta o la otra vida, aun después de la reconciliación entre Cristo y el alma. Anexa va de ordinario a la indulgencia una obra pía: una limosna para construir iglesias, fundar instituciones benéficas, cubrir, en suma, el presupuesto de la fe, de la caridad o del culto. Mas el requisito de la limosna constituye sólo lo exterior y formal de la práctica; lo esencial e interno estriba en la firme voluntad y propósito de renunciar al pecado, en la renovación del espíritu; así lo enseña la Iglesia, declarando el fruto de la indulgencia plenaria proporcionado a las disposiciones del alma que aspira a lograrlo, y de cuyo albedrío depende obtenerlo. Distinguíase la indulgencia del jubileo en que cabía en éste la absolución hasta de censuras o casos reservados enormísimos, exceptuándose la herejía y conmutación de votos, privilegio guardado sólo para los jubileos magnos.

Esto eran espiritualmente las indulgencias; socialmente podemos considerarlas como una manifestación internacional de mayor influencia para el adelanto de los pueblos que nuestras modernas Exposiciones. Difícil es que hoy nos formemos cabal idea de lo que significaba en la Edad Media un jubileo. Abría la Iglesia la fuente de sus gracias a las naciones sedientas, y especialmente a las milicias de la Cruz, aún más pródigas de su sangre que Roma de sus espirituales tesoros. Fueron acaso las indulgencias uno de los medios más potentes de civilización que empleó la gran civilizadora del orbe. Por ellas se comunicaban gentes de remotas comarcas, se establecía comercio activo, se roturaban vías de comunicación y se colgaban puentes sobre los abismos de los senderos de atajo. Por ellas tomaba la cruz el magnate, dejando la ociosidad de su castillo; al paso que con su espada combatía en Oriente, abarcaba su inteligencia nuevos horizontes, y traía en su pupila, al regresar, la luz de aquellas misteriosas comarcas. Con el producto de las indulgencias se edificaban hospitales y hospicios, comprándose además el cáliz y el humilde ornato del templo rural; el dinero bendecido se multiplicaba, bastando para innumerables buenas obras, que sólo puede contar Dios.

Del entusiasmo que en el alma del pueblo despertaban las indulgencias podemos juzgar por las crónicas que refieren el gran acontecimiento que, estremeciendo hasta las últimas fibras de la conciencia de Dante, dio por resultado la Divina Comedia. «El 22 de febrero de 1300 -escribe Ozanam-, publicó el Papa Bonifacio VIII las indulgencias del jubileo para todos los romeros que verdaderamente arrepentidos visitasen por espacio de quince días las basílicas de los Santos Apóstoles». Conmovió el anuncio del perdón a toda la cristiandad. Cruzaron las puertas de Roma hasta treinta mil personas cada día; llegaban así de las salvajes estepas de Ucrania y Tartaria, o de las frías montañas de Iliria, como de las floridas vegas valencianas y cordobesas, llevando los hijos en parihuelas a sus ancianos padres, las mujeres a sus hijos colgados del seno, y siendo las mozas sostenidas por sus hermanos; acampaban en las calles, dormían en los pórticos, comían en el regazo, bebían de las fuentes públicas; el número de romeros se calculó en dos millones. Tan deseadas eran las indulgencias, que aquel gran jubileo se impuso en algún modo a la Iglesia por un plebiscito: el pueblo recordaba tradicionalmente el jubileo de cien años antes, y exigía otro para comenzar el nuevo siglo.

Puede inferirse de aquí cuál sería el concurso a la indulgencia del valle de Asís, gratuita y como ninguna popular. Allí afluían cientos de miles de peregrinos, caravana patriarcal como la de las tribus de Israel en los primeros días de su éxodo: niños, mujeres, familias, aldeas enteras, cobijadas en un seto, bajo de un risco, por todos los rincones del venturoso valle. El jubileo determinaba una suspensión de discordias y luchas: la tregua de Dios. Sitiado Asís en cierta ocasión por las tropas de Perusa, el segundo día de Agosto se interrumpió el ataque, y los Menores perusinos pudieron entrar en la villa para obtener la indulgencia. A despecho de la providencia de Gregorio XV, que hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo, no menguó la concurrencia a la pequeña población de Asís.

Con respecto a la fecha de la concesión de esta gran indulgencia hay algunas dudas; ateniéndonos a las indagaciones de fray Pánfilo de Magliano, autor reciente y escrupuloso en materias cronológicas, la concesión de la indulgencia corresponde al año 1216, a enero de 1217 la determinación de la misma, y a las siguientes calendas de agosto la solemne publicación y congregación de la Porciúncula por siete obispos.

La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación, una de las más antiguas y la que tocaba a la indulgencia; se cubría el campo de toldos y enramadas, que hacían fresca sombra, protegiendo contra los calores de agosto, y convidando a ello la hermosura de las noches, acampaban al raso los peregrinos. Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el divino poeta, bajo el velo de misteriosa y bella alegoría, en el canto IX del Purgatorio (vv. 94-132): Llega el pecador a una puerta recóndita, a la cual conducen tres escalones, de blanco y pulimentado mármol el primero; de una piedra sombría, ruda y calcinada el segundo; el tercero de un pórfido de sangriento color. Son las tres condiciones de la penitencia: confesión sincera, contrición, satisfacción. El ángel, imagen del sacerdote, está sentado en lo alto; tiene en la mano la espada, con la cual toca la frente de los pecadores, al modo que el penitenciario hiere con su varita la cabeza de los peregrinos, que ve de hinojos delante. Empuña el ángel dos llaves, una de oro, otra de plata, símbolos de la autoridad y ciencia sacerdotales; ha recibido ambas de San Pedro; significan el ejercicio de una prerrogativa pontifical. Arrójase a sus pies el pecador, golpeándose tres veces el pecho, y pidiendo misericordia; el rito mismo de la confesión sacramental.

Al abrirse así con las sacras llaves las puertas del cielo, oleadas de bienaventuranza descendían sobre la Porciúncula, una especie de resplandor bañaba sus humildes muros, y en la serena noche del primer día de agosto los frailes en éxtasis veían revolotear por las naves blanca paloma; sobre el altar se aparecía la Madre Virgen, teniendo en su regazo al Niño, cuyas manecitas extendidas bendecían el recinto de paz, según la visión atribuida a fray Conrado de Ofida. Más tarde, para cubrir aquellas murallas toscas y resguardarlas como estuche precioso o joya inestimable, veremos alzarse, por el majestuoso plano de Vignola, las tres soberbias naves y gran rotonda de la Porciúncula actual. Acaso flota aún en su clara atmósfera el aroma de las rosas que abrieron sus cálices puros al contacto de un cuerpo más puro todavía.


[Emilia Pardo Bazán, San Francisco de Asís.
Segunda parte. Madrid, Ed. Pueyo, 1941, págs. 27-39]

Fuente: http://www.franciscanos.org