domingo, 4 de octubre de 2015

San Francisco de Asís, Confesor

San Francisco, nacido en Asís, Umbría, fue suscitado por Dios para trabajar con Sto. Domingo1 en el resurgimiento moral del mundo, precisamente en una época de las más borrascosas.
«Cuanto este insensato sublime, dice el Conde de Montalembert, más se ocultaba y rebajaba para hacerse digno, con la humildad y el desprecio de los hombres, de ser vaso del divino amor, tanto más, por un efecto maravilloso de la gracia, corrían los hombres en pos de él.»  Francisco tuvo pronto discípulos, que se redujeron a la más estrecha pobreza, compartiendo su ardor en la conversión de los pueblos. «Hermanos míos, les decía, prediquemos penitencia más con nuestros ejemplos que con nuestras palabras.» Dióles después una Regla, que mereció la aprobación de Inocencio III en 1210.  Al año siguiente cediéronle los Benedictinos la iglesita de Nra. Sra. de los Ángeles, llamada Porciúncula2, cuna que fué de su Orden.  Esta nueva familia religiosa con que enriqueció la Iglesia, multiplicóse con tal rapidez que a los diez años contaba ya hasta cinco mil hermanos en el Capítulo general, celebrado en Asís3.

La Porciúncula
Queriendo S. Francisco que se considerasen como los más pequeños entre los religiosos, dióles el nombre de Frailes Menores.  Él mismo no pasó en toda su vida de simple diácono. Al lado de esta Orden, fundó otra que es la de las «damas pobres o Clarisas, así llamadas por la ilustre virgen de Asís y cofundadora Sta. Clara (12 de Agosto).
Finalmente, en 1221, estableció otra Orden, llamada «Orden Tercera de penitencia», a la que los Papas prodigan los más poderosos alientos y ricas gracias. S. Francisco envió discípulos suyos a Alemania, España, Francia, África; él mismo deseó ir a Palestina y a Marruecos sediento del martirio; mas estorboselo en el camino la divina Providencia.
El 4 de Octubre de 1226, dió su alma a Dios, diciendo: «Sacad Señor, mi alma de esta cárcel, para que vaya a cantar tus alabanzas» (Salmo 141).
¡Serafín de Asís! Ahora eres rico, y tu sayal reluce más que la púrpura de los reyes. Ruega por la Iglesia y sigue siendo una de sus más robustas columnas. Enséñanos el desprecio de todo lo terreno, que, al fin. todo ello vale harto menos que un alma.
Y, sin embargo, los hombres arriesgan alocados la suya, y aun la pierden a trueque de allegar un montoncito de polvo que reluce.  A ti te llamaron loco las gentes; pero ésta si que es locura, frente a la misteriosa y única cordura de la cruz y del entero desprendimiento.
Mira siempre con especial predilección por tu dilatadísima familia espiritual repartida en tus tres Órdenes, a fin de que se santifiquen y que den a Dios la debida gloria y a la Iglesia el espiritual provecho que de ellos espera.
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1. «Francisco, dice Dante, fué un verdadero Serafin por el amor que abrasó su alma; Domingo con sus luces ocupa las filas de los Querubines».  La. vida del primero alcanza de 1182 a 1226: la del segundo va. de 1170 a. 1221. Cuéntase que San Luis, rey de Francia, solía decir : Si yo pudiese dividirme en dos partes, daría. una mitad a Sto. Domingo y la otra a S. Francisco.
2. S. Francisco, después de haber restaurado la Iglesia. de Nra. Sra.. de los Ángeles, alcanzó del Papa la gracia de una indulgencia plenaria para todos los fieles que la visitasen el 2 de Agosto, aniversario que era de su consagración. Todas las iglesias parroquiales gozan desde hace unos años del mismo privilegio.
3. En 1264 los Franciscanos poseían 8.000 casas, creciendo su número en la Edad Media.  Actuaalmente las tres ramas de la Orden de S. Francisco cuentan 40.000 miembros en todo el mundo.  Han dado a la Iglesia 29 Santos, 60 beatos, 5 Papas y numerosos cardenales, obispos y doctores de la talla de S. Buenaventura., Alejandro de Ales, Rogerio Bacon y Dune Scot.
Fuente: MISAL DIARIO Y VISPERAL
Por Dom. Gaspar Lefebvre O.S.B.  De la Abadía de S. Andrés (Brujas, Bélgica) Traducción Castellana y Adaptación del Rdo. P. Germán Prado Monje Benedictino de Silos (España)  Páginas 1726 y 1727.
Fuente Primaria e Indispensable del Verdadero Espíritu Cristiano(Pío X).

viernes, 25 de septiembre de 2015

NOVENA A SAN FRANCISCO DE ASÍS, CONFESOR -Día 1ro.





Confesor – Fundador de las Órdenes Menores


Fiesta, el 4 de octubre.

San Francisco en meditación



n. 1181 en Asís, Italia
† 3 de Octubre de 1226 en la Porciúncula, Italia

Patrono de Asís, Italia; personas en trance de muerte; animales; familias; comerciantes; paz. Protector contra el fuego. Se lo invoca para no morir en soledad.



Per signum Crucis (†) de inimicis nostris(†) libera nos (†) Deus noster.
In Nomine (†) Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Dulcísimo Jesus, Redentor mío, a quien debiendo tantos beneficios he correspondido con muchos pecados; de estos me pesa de lo íntimo de mi corazón, por ser Tú tan bueno, mi Dios y mi Señor. Con tu gracia propongo no volver a ofenderte, apartándome de todas las ocasiones de pecar, y espero el perdón de todos ellos por tu Preciosísima Sangre.




ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN, COMPUESTA POR EL SANTO

Para todos los días




¡Oh alto y glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.

Aquí se pide la gracia que se desea alcanzar en esta novena, si es para gloria de Dios y bien de las almas.


DÍA PRIMERO

Admirable Padre San Francisco, ángel de paz y heraldo del Rey de reyes, que con vuestras virtudes sois una de las mayores glorias de la Iglesia, obtenedme por vuestras llagas y por vuestras grandezas, las virtudes propias de mi estado y la gracia que os pido, si es la voluntad de Dios.

Pater noster, Ave María y Gloria Patri.



ORACIÓN FINAL
BENDICIÓN DE SAN FRANCISCO

El Señor te bendiga y te guarde (+) El Señor te muestre su rostro y tenga misericordia de ti (+) Vuelva el Señor su rostro hacia ti y te conceda la paz (+) El Señor bendiga (+) este su siervo.

(Con esta bendición acostumbraba el Santo Padre bendecir a todos, y con ella bendijo a Fray León, su compañero, molestado por las tentaciones, librándole de ellas. Se exhorta a todos a llevar consigo esta bendición, porque se sabe por experiencia que es maravillosísima contra los demonios, tentaciones, asechanzas de enemigos, tempestades, incendios, muertes repentinas, y contra otros males y peligros. El original de esta bendición, escrita de propia mano de N.S.P.S Francisco se conserva en la iglesia de La Porciúncula, Asís).




Tomado de:
https://radiocristiandad.wordpress.com/


domingo, 16 de agosto de 2015

La asunción de María a los cielos. 15 de Agosto.

Es una de las fiestas marianas más antiguas y, desde luego, la Más celebrada por el pueblo cristiano en todo el mundo. Es la fiesta del triunfo definitivo de María, con su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al cielo para ser coronada por Reina y Señora de todo lo creado. Parece que tuvo su origen en Oriente hacia el siglo v, con el título de la Dormición de María, que más tarde (siglo VIII) se cambió por el de la Asunción. En Occidente aparece esta fiesta en el siglo VII y se propagó rápidamente por todo el mundo. El Misal mozárabe español contiene una misa de la Asunción de María del siglo IX, pero ya se celebraba la fiesta al menos desde el siglo VII, como atestiguan San Isidoro y San Ildefonso. San Pío V en 1568 mejoró mucho las lecciones del Oficio litúrgico. Y Pío XII proclamó dogma de fe la Asunción de María el día 1 de noviembre de 1950. Hoy es fiesta de precepto para toda la Iglesia universal y se celebra con el máximo rito de «Solemnidad».

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS


La Virgen María fue asumida o “asumpta” a los cielos; o sea, resucitó como su Hijo y fue lle­vada a la gloria en cuerpo y alma. No decimos Ascensión, sino Asunción, porque fue llevada por su Hijo, como píamente creemos. Se cree que vivió 72 años.
El Papa Pío XII definió en el año 1950 des­pués de consultar a los Obispos de todo el mun­do, que la Asunción de María a los cielos es una verdad de fe. ¿Dónde está en los Evangelios, esa verdad de fe? No está en los Evangelios, está en la Tradición. Los Evangelios terminan en la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo; y fueron compuestos y puestos por escrito mucho antes de la muerte de Nuestra Señora. Pero los Apóstoles sabían y enseñaban muchas más cosas de las que están en los Evangelios, como dicen ellos mismos: "Muchas otras cosas hay que hizo Jesús, que si se escribieran todas, creo que no cabrían en el mundo los libros" -dice san Juan al final del suyo.
La Iglesia Católica sostiene que la Revelación de Dios a los hombres está contenida en dos depósitos: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición o Trasmisión. Tradición no es cualquier cosa que esté escrita en los Santos Padres, ni siquiera en los Padres Apostólicos, que fueron los escritores que conocieron a los Apóstoles; sino solamente “quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus”, como dijo san Vicente de Lerins: es decir, lo que se ha creído “siempre, por todos y en todas partes”. Y esto ocurre con el dogma de la Asunción de María a los cielos.
Hay en los escritos de los Padres muchas cosas que son conjeturas, opiniones teológicas o pías creencias; que son respetables, pero no son verdades de la fe: como la que puse arriba que la Santísima Virgen vivió 72 años. Probablemente es verdad pero no es una verdad de la fe; un “dogma”, como se dice.
Un alemán amigo mío protestante me dijo una vez: “Ustedes creen cosas de hombres. No hay que creer más que lo que está en la Sagrada Escritura”. La respuesta sencilla es: “¿Y dónde está en la Sagrada Escritura eso que Ud. ha dicho ahora?”. Efectivamente, la Escritura no dice eso, dice lo contrario, como hemos visto. Dice expresamente que después de su Resurrección Cristo instruyó a sus discípulos en muchas cosas acerca del Reino de Dios “que no están en este libro”, ni cabrían en muchos libros. Así por ejemplo, el Sacramento del Matrimonio, y el de la Extremaunción (que está en la Carta de Santiago Apóstol), la jerarquía eclesiástica dividida en Sacerdotes y Obispos, las prerrogativas de la Santísima Virgen, como su Asunción. Desde el principio de la Iglesia los fieles llamaron a la muerte de María la “dormición” o el “tránsito”; no “la muerte”; la primera literatura cristiana contiene relatos de su resurrección y glorificación; y las distintas Iglesias celebraban esa fiesta, que celebramos nosotros el 15 de agosto.
María no tenía pecado original, de modo que el castigo de la muerte no le era debido; murió para seguir en todo a su Hijo en la obra de la Redención del hombre; así como cumplió la ley de la Purificación después del Parto, que no la obligaba a ella; y Cristo se sometió a la Circuncisión y al bautismo de penitencia de su primo el Bautista. Y así María debía seguirlo también en la Resurrección.

“¿Quién es ésta que sube del desierto,
Enchida de delicias
Apoyada en su Amado?
¿Quién es ésta que sube del desierto
como una columnita de zahumo
De perfume de incienso y mirra
Y toda clase de aromas?...
Ven del Líbano, esposa mía
Ven del Líbano y serás coronada...”

Estos y otros versículos del Cantar de los Cantares aplica la Iglesia a María en su gloriosa Asunción.
Cristo y su Santísima Madre resucitaron para nosotros; y entraron en la gloria como representantes de todo el cuerpo de la Iglesia, como primicias de la resurrección de la carne, de nuestra resurrección futura. Esto nos alegra. Es difícil alegrarse de la alegría de otros cuando ella no nos toca para nada: dicen que la compasión es propia de hombres; pero la congratulación (o sea, alegrarse con la alegría ajena) es propia de ángeles. Pero en este caso la alegría y gloria de la Reina de los Angeles nos toca de cerca. Los bienes de nuestra Madre son nuestros.
Un cuerpo de varón y un cuerpo de mujer están ya en el cielo, transformados por Dios en algo semejante a los Angeles. En esta vida el cuerpo nos pesa muchas veces, sujeto como está a la concupiscencia, a las enfermedades y a la muerte. El amor, que parecería inventado por Dios para la felicidad del hombre (y así fue al principio) resulta que ahora es causa de muchísimas penas, molestias, contrastes; y aún crímenes, desastres y tragedias, como vemos cada día; porque la naturaleza del hombre está desordenada por la pasión y el desenfreno. Pero no es el destino final de nuestros cuerpos estorbar al alma, decaer a la vejez y las dolencias, y pudrirse para siempre en el sepulcro. Su destino final es ser renovado, enderezado y perfeccionado por el Creador en forma extraordinaria y espléndida como lo fueron ya el cuerpo de Cristo Nuestro Señor y el cuerpo de María Santísima. Así sea.
  
R.P. Leonardo Castellani, tomado de “El Rosal de Nuestra Señora”. Visto en Syllabus.

Tomado de:
http://statveritasblog.blogspot.mx/

martes, 17 de marzo de 2015

SANTA CLARA DE ASÍS (Parte 5 de 8)


Santa Clara de Asís.


Al predicar el amor de Dios en la catedral de Asís, el Poverello despertó ansias y resoluciones de darse a la perfección, en el alma de una noble doncella llamada Clara Scifi. Ésta apartó a cuantos jóvenes la solicitaban por su hermosura y riqueza, y, por la poterna por donde sacaban a los muertos, huyó secretamente del palacio de sus padres para entregar a Jesucristo su corazón y juventud.

La tarde del domingo de Ramos, 19 de marzo de 1212, en la capilla de la Porciúncula, alumbrada por la movida y fulgurante luz de las hachas de los frailes, Clara se postró ante el altar de la Virgen, dio libelo de repudio al siglo y se consagró al Señor. Tenía diecinueve años.

A los pocos días se le juntó su hermana Inés. El piadoso retiro de San Damián, adonde envió Francisco a las dos vírgenes, llegó a ser cuna de una Orden admirable de mujeres que al principio se llamó de las Señoras Pobres, y que hoy día todos conocen con el nombre de Clarisas, derivado del de la fundadora Santa Clara de Asís.

lunes, 16 de marzo de 2015

PRIMEROS DISCÍPULOS - SUEÑO DE INOCENCIO III (Parte 4 de 8)

Pronto se le juntaron algunos discípulos: Bernardo de Quintaval,varón principal y riquísimo; Pedro de Catania, canónigo de Asís; Egidio (fray Gil), hijo de un propietario de la ciudad. No les impuso largas prácticas. Le bastaba una prueba: renunciar a todos los bienes e ir a pedir de puerta en puerta. Acudieron otros compañeros. El Santo empezó a enviarlos a misionar, de dos en dos, por los valles del Apenino y los llanos de Umbría, de las Marcas y de Toscana. Cuando llegaron a doce, ya no cabían en la Porciúncula.


Pasaron a vivir a un caserón más amplio, cerca de Rivo Torto. Allí escribió Francisco una regla sencilla y corta, y quiso someterla al Papa. Los frailes partieron para Roma, donde reinaba Inocencio III. Los cardenales no accedieron a aprobarla; el Papa, a pesar de su buena voluntad, sólo dio a Francisco esperanza de que algún día fuera aprobada.



Por entonces, sin duda, tuvo el Pontífice aquella visión que refieren los antiguos biógrafos y que representaron los artistas. Vio en sueños que la Basílica de Letrán, madre y cabeza de todas las Iglesias, amenazaba gran ruina y se venía ya al suelo, cuando un pobrecito hombre vestido de tosco sayal, descalzo y ceñido con recia cuerda, puso sus hombros bajo las paredes de la iglesia, y de un vigoroso empujón la levantó y enderezó de tal manera que pareció luego más recta y sólida que nunca.


Otra vez fue el Santo al palacio de Letrán y expuso al Papa su demanda. Con ver Inocencio III la humildad, pureza y fervor de Francisco, y acordándose de la visión, abrazó conmovido al Poverello, lo bendijo a él y a todos sus frailes, confirmó su regla y les mandó que predicasen penitencia. Antes que dejasen a Roma, recibieron de manos del Cardenal Juan Colonna la tonsura con la que ingresaban en el clero, y quizá aun San Francisco fue ordenado diácono. Era el verano de 1209.



La comunidad franciscana volvió a Rivo Torto; a los pocos meses pasó a residir cerca de la capilla de la Porciúncula, en un lugar que los Benedictinos de Subiaco cedieron al Santo y que fue la cuna de la Orden. Los frailes vivían en chozas construidas con ramas y lodo; a falta de mesas y sillas, se sentaban en el suelo; por cama tenían sacos llenos de paja. Ocupaban el tiempo en la oración y el trabajo.

El alma y la vida de Francisco,“el Pregonero del gran Rey”, fueron las de un intrépido apóstol e insigne misionero de su siglo. No fue sin duda predicador profesional. No tenía los estudios teológicos necesarios para emprender la predicación dogmática, y el Papa sólo le permitió predicar la moral de la penitencia. Pero, ¡con qué maravilloso poder de convicción trató este tema! 

Por una sociedad que era un hervidero de codicias y desenfrenados odios, pasaban Francisco y sus frailes con los pies descalzos, la soga en la cintura y los ojos clavados en el cielo, mostrando serenísimo gozo en medio de su absoluta pobreza, amándose con ternura, y predicando la paz y la caridad con la palabra y con el ejemplo.

domingo, 15 de marzo de 2015

TOTAL DESASIMIENTO - EN LA PORCIÚNCULA (Parte 3 de 8)

Salió de la cueva corrido de su cobardía y entró en la ciudad. La gente, al verlo tan desfigurado y mal vestido, se iba tras él tratándolo de loco. De esto cobró su padre mayor saña y, llevándolo a su casa, lo maltrató de palabra y obra. Luego, para desheredar a su hijo, entabló diligencias cuyo desenlace ocurrió en la primavera del año 1207 y constituyó un drama bellísimo de la historia cristiana. Padre e hijo comparecieron ante el Obispo de Asís, llamado Guido, el cual hizo que Francisco renunciase a la herencia paterna. No fue menester esperar mucho tiempo la respuesta del Santo. Al punto se desnudó de los vestidos, como llevado de divina inspiración, y los arrojó en montón a los pies de su padre con el dinero que le quedaba, diciendo:

-“Hasta aquí te llamé padre en la tierra; de aquí adelante diré con verdad: “Padre nuestro que estás en los cielos”.

Francisco entregando su ropa a su padre.

A poco de esta escena admirable, salió Francisco a la calle. Vestía túnica como de ermitaño atada con cinturón de cuero y calzaba sandalias. Iba cantando bellas tonadas para atraer al público, y luego pedía piedras para restaurar la iglesia de San Damián. Cuando hubo reparado esta iglesia, el piadoso constructor restauró otras dos: la antigua iglesia benedictina de San Pedro y la capillita de Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula. En este santuario recibió clara luz sobre su verdadera vocación. Era el día 24 de febrero, fiesta de San Matías. Francisco asistió a Misa y oyó el Evangelio del día, que aconseja la práctica de la más rigurosa pobreza. Sin dilación quiso el joven ermitaño de la Porciúncula llevar a la práctica los consejos evangélicos: arrojó lejos de sí las sandalias, el báculo y el cinturón de cuero que trocó por una soga, y así empezó a recorrer las calles y plazas de Asís, para exhortar a todos a la penitencia; con estos sermones, se anima- ron muchos oyentes a mudar de vida.

sábado, 14 de marzo de 2015

SAN FRANCISCO DE ASÍS (Parte 2 de 8)

EL PASO DEFINITIVO 

Una tarde de verano del año 1205, el joven mercader ofreció a sus compañeros un espléndido convite; la cuadrilla salió de él alegre en demasía y se dio a cantar por las calles de la ciudad. Francisco, en cambio, llena su alma de celestiales dulzuras, les dejó tomar la delantera y se detuvo. Permaneció inmóvil largo rato, como subyugado por la gracia que iba a mudar de todo en todo su vida. Pero el velo tendido sobre los futuros destinos del Santo no se corrió todavía. En vano lloraba sus pecados y clamaba al Padre celestial en las iglesias de Asís o en la cueva de Subiaco; fue a Roma a visitar la iglesia de San Pedro. Saliendo de ella tuvo una inspiración: llamó a un mendigo de los muchos que se agolpaban en el pórtico del templo, y le dio sus ricos vestidos; él se vistió de los andrajos del pobre, y se juntó con aquellos desgraciados, en cuya compañía permaneció hasta el anochecer.
Fundador de la Orden Franciscana.

No cabía en sí de gozo. La pobreza será su amor; en adelante Francisco será el Poverello, el pobrecillo. Vuelto a Asís, repartió a los pobres el dinero que gastaba en fiestas y banquetes. Sus únicos amigos serán ya los hijos de la pobreza. Cierto día, a la vuelta de un paseo a caballo por el campo, encontró a un leproso que le causó asco y horror. Su primer pensamiento fue dar media vuelta y huir a galope de aquel lugar. Pero oyó una voz en el fondo de su alma; al punto se apeó del caballo, fue al leproso, y al darle limosna besó con devoción y ternura aquello que ya no parecía mano por las repugnantes úlceras que la cubrían. Al poco tiempo le dio el Señor otra señal de su voluntad. Se hallaba el convertido arrodillado ante un hermoso Cristo, en una capilla medio arruinada dedicada a San Damián, poco distante de la ciudad. Mientras pedía a Dios que le descubriese su divina voluntad, oyó una voz que salía del Crucifijo y le decía:- “Ve, Francisco; repara mi casa que se está cayendo.” Inmediatamente, el amigo de los pobres, el servidor de los leprosos quiso ser además reparador de iglesias. Cargó su caballo con buena cantidad de paños, y partió al mercado de Foligno donde lo vendió todo: caballo y mercancías. Ofreció el importe al clérigo que guardaba la iglesia de San Damián. Pero éste no quiso tomarlo por temor al padre del Santo. Resuelto Francisco, arrojó el dinero por una ventana de aquella iglesia. Logró, además, que aquel sacerdote le dejara vivir unos días en su compañía. Se enojó Pedro Bernardone al saber las nuevas aventuras de su hijo y corrió a la iglesia de San Damián para ver si podía hacerlo entrar en razón y llevárselo a su casa. Pero Francisco, por temor a su padre, se escondió en una cueva, y en ella se mantuvo algunos días sin atreverse a abandonarla.

viernes, 13 de marzo de 2015

SAN FRANCISCO DE ASÍS (Parte 1 de 8)

SAN FRANCISCO DE ASÍS

FIESTA: 4 DE OCTUBRE

FUNDADOR DE LA ORDEN FRANCISCANA

 (1182-1226)


El acontecimiento más maravilloso, quizá, de la historia del catolicismo en la Edad Media, es la aparición en el mundo del seráfico Patriarca San Francisco. Nació en Asís, por los años de 1182, y fue hijo de Pedro Bernardone, mercader de tejidos, y de una honrada y devota señora llamada Pica. Creció el niño en medio de gustos y regalos por ser su padre riquísimo.Vestía suntuosamente, tenía dinero para derrochar, y nunca faltaba a las ruidosas fiestas y opíparos convites que solían organizar los hijos de los hacendados y mercaderes de Asís. Lo admirable fue que, a pesar de llevar vida tan dada al mundo, guardó, con el favor de Dios, una conducta siempre digna, sin soltar la rienda a los apetitos sensuales. Andaba por los veinte años cuando algunos sucesos desgraciados lo hicieron entrar dentro de sí, y lo movieron a renunciar a sus travesuras de mozo y aun a los negocios de su hacienda. Asís se levantó en armas contra la nobleza, la cual pidió socorro a los de Perusa. Hubo guerra entre ambas ciudades. Asís fue tomada, y Francisco, con algunos caballeros, llevado a Perusa y en ella encarcelado. A poco de esta adversidad le sobrevino una grave dolencia que le dio ocasión a mayores reflexiones aún.
Italia, país natal del Santo y la ciudad de Asís.
Salió de la enfermedad dispuesto a renunciar a los vanos pasatiempos del siglo. Sintió desde entonces en su espíritu como una aspiración indeterminada hacia nuevos y nunca soñados propósitos y, con una visión que tuvo de muchas armas y palacios, se imaginó que tenía vocación militar, y determinó pasar al reino de Nápoles en busca de hazañas y proezas. La víspera de la salida se encontró con un hombre de noble linaje, pero pobre y desharrapado. Francisco trocó su rico vestido con el del indigente. Aquella noche le pareció dormir en la gloria. La noche siguiente, en Espoleto, oyó una voz que le mandaba volver a su tierra. Volvió a Asís, y otra vez se ocupó en los negocios de su padre y tornó a ser el alma de los frívolos entretenimientos de sus compañeros. Con todo, la dulce voz que le hablaba en Espoleto, llamaba de cuando en cuando a su corazón.

martes, 6 de enero de 2015

Encíclica «Sacra propediem»

S. S. BENEDICTO XV
LA TERCERA ORDEN FRANCISCANA
Encíclica «Sacra propediem»
con ocasión del VII centenario
de la fundación de la Tercera Orden Franciscana
(6 de enero de 1921)

A los patriarcas, primados, arzobispos, obispos y demás ordinarios del lugar en paz y comunión con la Sede Apostólica.
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica.
1. Motivo de la Encíclica. Oportunísimo nos parece celebrar con grandes fiestas religiosas el séptimo centenario de la fundación de la Tercera Orden de Penitencia. A recomendarla a todo el orbe católico con nuestra autoridad apostólica, nos induce sobre todo la bien conocida utilidad que de ello ha de provenir a todo el pueblo cristiano, y además motivos particulares que personalmente nos atañen. En efecto, cuando en el año 1882, todo el mundo de los buenos ardía en fervoroso entusiasmo hacia el Santo de Asís, con motivo de la celebración del séptimo centenario de su natalicio, recordamos con fruición que también Nos quisimos contarnos entre los alumnos del gran Patriarca, y recibimos el santo hábito de los Terciarios en el célebre templo de “María in Capitolio”, a cargo de los Minoritas. Y ahora que por la divina voluntad ocupamos la cátedra del Príncipe de los Apóstoles, aprovechamos con el mayor placer la ocasión que se nos ofrece -satisfaciendo así al mismo tiempo la devoción que tenemos a san Francisco- para exhortar a cuantos hijos de la Iglesia andan diseminados por todo el mundo, a que abracen con fervor la Tercera Orden del santísimo Varón -instituto que tan maravillosamente responde a las necesidades de la sociedad actual- o a que en él cuidadosamente perseveren.

2. Verdadero espíritu de san Francisco. Ante todo conviene que cada cual fije sus ojos en los verdaderos rasgos del espíritu de san Francisco; pues el hombre de Asís que nos pintan algunos en nuestros días, pergeñado en el estudio de los modernistas, como poco afecto a esta cátedra apostólica, y como dechado de cierta vana y etérea religiosidad, ese tal no puede llamarse Francisco, ni santo.
En verdad, a tan excelsos e inmortales méritos de Francisco en pro de la religión -por los que mereció con razón ser llamado “sostén dado por Dios a la Santa iglesia” en aquellos peligrosísimos tiempos- se añadió a manera de cúmulo esta Tercera Orden, que es la mejor demostración de la grandeza y fuerza de aquel fervoroso ardor que impulsaba a Francisco a propagar por todas partes la gloria de Jesucristo. Y en efecto, al considerar detenidamente los males que por entonces afligían a la Iglesia de Dios, emprendió Francisco con increíble empeño la tarea de reajustarlo todo a la ley cristiana.
Para ello fundó dos familias -una de hermanos, de hermanas otra-, cuyos miembros, ligados por votos solemnes, se comprometían a seguir la humildad de la cruz; y como no pudiese recibir en el claustro a la inmensa multitud que de todas partes a él acudía, ávida de someterse a su disciplina, determinó dar lugar para adquirir la perfección cristiana aun a aquellos que vivían en medio de los negocios de la vida secular. Por tanto, instituyó otra verdadera Orden, llamada de los Terciarios, cuyos miembros no se ligaban ciertamente con votos religiosos como los de las dos primeras, pero si participaban de la misma sencillez y del mismo espíritu de penitencia. Así, pues, Francisco fue el primero que, con el auxilio de Dios, vino a idear y realizar con toda felicidad lo que ningún otro de los fundadores de Ordenes regulares se había atrevido nunca a soñar, a saber, hacer común a todos el tenor de la vida religiosa.
Hazaña de la que escribió Tomás de Celano con frase lapidaria: «¡Magnífico operario aquél! Con sólo que se proclame su forma de vida, su regla y doctrina, contribuye a que la Iglesia de Cristo se renueve en los fieles de uno y otro sexo y triunfe la triple milicia de los que se han de salvar» (1 Cel 37). De este testimonio de un varón coetáneo y de tanta autoridad, por no aducir otros, fácilmente se colige cuán profunda y extensa conmoción produjo Francisco en los pueblos con su instituto, y cuán grande y saludable renovación de costumbres provocó en ellos. Y así como no cabe dudar que Francisco fue el autor de la Tercera Orden, lo mismo que de la Primera y Segunda, así tampoco se puede negar que fue él mismo su sapientísimo legislador. En esto le prestó gran ayuda, según referencias, el cardenal Ugolino, aquel que más tarde ilustró esta sede apostólica con el nombre de Gregorio IX; aquel que, como de íntimo amigo, se sirvió de él mientras vivió, y que más tarde construyó sobre la sepultura del Santo un soberbio y hermosísimo templo. Sin embargo, fue nuestro predecesor el papa Nicolás IV el que confirmó solemnemente y aprobó laRegla de los Terciarios, como nadie lo ignora.
3. Espíritu de la Tercera Orden. Pero no es nuestro propósito, Venerables Hermanos, insistir en lo que venimos diciendo: lo que nos interesa sobre todo es hacer resaltar el ingenio y el espíritu propio de este instituto, del cual -como antaño- se promete la Iglesia grandes utilidades para el pueblo cristiano en estos tiempos tan enemigos de la virtud y de las creencias. Y a la verdad, nuestro predecesor León XIII de feliz memoria, profundo conocedor de los problemas y circunstancias de su época, a fin de mejor acomodar la disciplina de los Terciarios a los diversos estados de cada individuo, en la Constitución Misericors Dei Filius del año 1883 atemperó con suma prudencia las leyes y reglas de la Tercera Orden «a las presentes circunstancias de la sociedad» mediante el cambio de aquellas reglas «de menor importancia que parecen poco acomodadas a las costumbres modernas». «Y no se piense, dice, que con esto se ha mermado nada a la naturaleza de la Orden, la cual es nuestra voluntad que permanezca íntegra y sin mudanza».
Por tanto, cualquier cambio llevado a cabo en esta materia es puramente extrínseco y no afecta ni a su espíritu, ni a su naturaleza, que continúa siendo tal cual su santísimo autor quiso que fuera. Y a la verdad, muchísimo habría de contribuir, a nuestro parecer, a la enmienda de las costumbres tanto privadas como públicas el espíritu de la Tercera Orden, empapado como está en la sabiduría evangélica, si de nuevo se reprodujera y multiplicara, tal como cuando Francisco con obras y palabras predicaba el reino de Dios.