sábado, 14 de marzo de 2015

SAN FRANCISCO DE ASÍS (Parte 2 de 8)

EL PASO DEFINITIVO 

Una tarde de verano del año 1205, el joven mercader ofreció a sus compañeros un espléndido convite; la cuadrilla salió de él alegre en demasía y se dio a cantar por las calles de la ciudad. Francisco, en cambio, llena su alma de celestiales dulzuras, les dejó tomar la delantera y se detuvo. Permaneció inmóvil largo rato, como subyugado por la gracia que iba a mudar de todo en todo su vida. Pero el velo tendido sobre los futuros destinos del Santo no se corrió todavía. En vano lloraba sus pecados y clamaba al Padre celestial en las iglesias de Asís o en la cueva de Subiaco; fue a Roma a visitar la iglesia de San Pedro. Saliendo de ella tuvo una inspiración: llamó a un mendigo de los muchos que se agolpaban en el pórtico del templo, y le dio sus ricos vestidos; él se vistió de los andrajos del pobre, y se juntó con aquellos desgraciados, en cuya compañía permaneció hasta el anochecer.
Fundador de la Orden Franciscana.

No cabía en sí de gozo. La pobreza será su amor; en adelante Francisco será el Poverello, el pobrecillo. Vuelto a Asís, repartió a los pobres el dinero que gastaba en fiestas y banquetes. Sus únicos amigos serán ya los hijos de la pobreza. Cierto día, a la vuelta de un paseo a caballo por el campo, encontró a un leproso que le causó asco y horror. Su primer pensamiento fue dar media vuelta y huir a galope de aquel lugar. Pero oyó una voz en el fondo de su alma; al punto se apeó del caballo, fue al leproso, y al darle limosna besó con devoción y ternura aquello que ya no parecía mano por las repugnantes úlceras que la cubrían. Al poco tiempo le dio el Señor otra señal de su voluntad. Se hallaba el convertido arrodillado ante un hermoso Cristo, en una capilla medio arruinada dedicada a San Damián, poco distante de la ciudad. Mientras pedía a Dios que le descubriese su divina voluntad, oyó una voz que salía del Crucifijo y le decía:- “Ve, Francisco; repara mi casa que se está cayendo.” Inmediatamente, el amigo de los pobres, el servidor de los leprosos quiso ser además reparador de iglesias. Cargó su caballo con buena cantidad de paños, y partió al mercado de Foligno donde lo vendió todo: caballo y mercancías. Ofreció el importe al clérigo que guardaba la iglesia de San Damián. Pero éste no quiso tomarlo por temor al padre del Santo. Resuelto Francisco, arrojó el dinero por una ventana de aquella iglesia. Logró, además, que aquel sacerdote le dejara vivir unos días en su compañía. Se enojó Pedro Bernardone al saber las nuevas aventuras de su hijo y corrió a la iglesia de San Damián para ver si podía hacerlo entrar en razón y llevárselo a su casa. Pero Francisco, por temor a su padre, se escondió en una cueva, y en ella se mantuvo algunos días sin atreverse a abandonarla.

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